"Los padres no deben dejar grandes fortunas como herencia, sino más bien enseñarlos y ayudarlos a trabajar para que ellos mismos generen lo que necesiten", sentenció William Oscar Jenkins, en su testamento.
Así se lee en el documento firmado en 1958, en posesión de este reportero, donde ordenó que su fortuna sea entregada a la Fundación Mary Street Jenkins, creada en memoria de su esposa, quien falleció en 1944.
En 16 puntos y 10 cuartillas, el magnate dejó en claro cómo debería repartirse su herencia. En el texto no desprotegió a sus familiares, les repartió suficiente dinero para vivir y sus estudios, siempre con la finalidad de que trabajaran.
Ahora, más de 60 años después de ese testamento, familiares encontraron la forma de allegarse de los recursos del fideicomiso, con lo que hicieron a un lado la última voluntad de William O. Jenkins.
Extraoficialmente se maneja que el magnate dejó más de 93 millones de pesos en ese entonces para la Fundación Mary Street Jenkins, inversión que creció a más de 772 millones de dólares, en los últimos años. Pese a la cuantiosa fortuna, los descendientes hoy pretenden dejar sólo el dinero heredado hace seis décadas.
Una red para estafar
Al parecer para ellos no está en su agenda seguir al pie de la letra el testamento incómodo, para lo que presuntamente se creó una red en complicidad, para extraer los recursos al quitar candados.
La red se hizo con autoridades, empresas y diversos personajes políticos, para poder sacar el dinero del fideicomiso y enviarlo a paraísos fiscales como Panamá o Barbados.
Esto ha originado un litigio que mantiene en vilo a la Universidad de las Américas (Udlap), una de las propiedades de dicha Fundación.
Lecciones de vida
Luego de aclarar las raíces, William O. Jenkins, refirió en su testamento que tuvo como creencia que nadie con capacidad de trabajar debe gastar dinero que no haya ganado con su propio esfuerzo.
“(…) Manifiesta que no es su voluntad dejar a sus hijos riquezas ni fortunas, sino más bien ayudarlos a trabajar para que puedan hacer su porvenir con su propio esfuerzo”.
“(…) Declara que es su expresa voluntad no dejar a sus hijos herencia alguna, sino solo proporcionarles la ayuda en la forma que ha mencionado y espera, Dios mediante, poder hacer esto durante su vida”, continúa el documento.
La herencia
El 29 octubre de 1958, con las notarías públicas asociadas 13 y 22 de la 3 Poniente 120, fue firmado el documento por William O. Jenkins, en ese momento el hombre más rico de México.
Quedó fijado en el volumen 19 instrumento 1004 y firmado por el notario Guillermo Grunenberg Carrasco, el que tuvo como testigos a Manuel Ibáñez Guadalajara, Adolfo Cazares Valdés y José Lozano Quintana, farmacéutico, comerciante y abogado, respectivamente.
En la décimo segunda cláusula, señaló que luego de establecer la Fundación altruista con el nombre de su esposa fallecida, se determinó que ésta fuera para realizar obras de caridad y el bien en general.
Por lo tanto, al establecer que se gastarían únicamente los ingresos y no el capital con el que fue fundada, podrían los recursos durar muchos años.
De este modo, donó a la Fundación Mary Street Jenkins todo su dinero, aunque no especificó exactamente el monto en su testamento público.
“(…) Instituye por ser única y universal heredera de todos sus bienes, derechos y acciones que puedan corresponder al propio señor testador en el momento de su fallecimiento a la expresada FUNDACIÓN MARY STREET JENKINS”, resaltó con letras mayúsculas en el documento hecho en máquina de escribir de aquellos años.
Negocios para los hijos
Indicó que en caso de que la vida no le alcance para enseñarles a sus hijos a ganarse la vida, dejó a su heredera, la Fundación Mary Street Jenkins, la obligación de impartirles esos valores a sus hijos.
Pero no los dejó totalmente desprotegidos, ya que les compró casas, así como algunos negocios, como el de la construcción entregado al esposo de Margareth, aunque lo haya hecho en forma de préstamo.
A su hija Jane, también le dejó una fábrica de hilados, que en ese momento el testador pensaba sería de gran éxito, luego de un préstamo de “varios millones de pesos” que tendría que pagar en caso de que triunfara el negocio.
En tanto, a su nieto o hijo adoptivo William Anstead Jenkins, lo ayudó a establecer en la capital del país varios negocios financieros, pero con un préstamo de varios millones de pesos, que también debería cubrir, aún tras la muerte de su padre o abuelo.
A su hija Mary la ayudó dejando a su marido Robert William, para establecer una fábrica de pastas en la ciudad californiana, con el mismo acuerdo de deuda.
Quienes no aceptaron ayuda alguna, fue su hija Martha y su esposo Matt Cheney, quienes regresaron a vivir a Los Ángeles, aunque les propuso establecerse en Puebla con negocios.
Asimismo el testamento estableció que el fideicomiso debería realizar los pagos de las escuelas a sus descendientes, incluidos los estudios universitarios o hasta donde quieran llegar académicamente.
Además, al final de documento, también dejó una herencia a sus empleadas domésticas, que le sirvieron por muchos años, para que no volvieran a trabajar.
La fuga de capitales
Ahora, 63 años después del testamento, el patrimonio de esta fundación registrada en Puebla se mudó en abril de 2014 a Aguascalientes, para que a finales de ese año se trasladara la fortuna al país de Barbados.
En 2016 cambió de nueva cuenta el dinero a Panamá, desde donde se administró, fuera de la legislación mexicana para las asociaciones de beneficencia pública, según las denuncias presentadas.
Las raíces
En el testamento, Jenkins se dijo agricultor, viudo, norteamericano de origen, pero con domicilio en la 2 Oriente 201 del centro de la ciudad de Puebla.
El millonario nació en 1878 y declaró en el testamento, que tenía residencia en México desde 1901.
Además señaló su matrimonio con Mary Street de Jenkins, fallecida el 15 de enero de 1944 con quien procreó cinco hijas, la primera de ellas de nombre Elizabeth, fallecida a los tres años, en 1955.
Asimismo, su otra hija de nombre Margareth, residente entonces en la Ciudad de México; Jane, con residencia en Puebla; así como Mary y Martha, ambas viviendo en aquel entonces en Los Ángeles, California.
También aclaró que su hija Margareth tuvo un hijo de nombre William Anstead, a quien reconoció como su hijo legal o adoptado al otorgarle su apellido.