Entre los 45 tratados comerciales firmados por México con el mundo no aparece por ningún con Corea del Sur. Pareciera entonces que un TLC entre las dos potencias regionales es innecesario cuando su comercio se ha incrementado 24 veces en los 54 años de relaciones coreano-mexicanas.
Pero escalar el Acuerdo de Asociación Estratégica para la Prosperidad Compartida México-Corea del año 2005 a un Tratado de Libre Comercio multiplicará las oportunidades de los dos países más allá del aspecto puramente mercantil. Aunque también pudiera crearle a México un dilema con Japón, el otro amigo del país en Asia con más de 400 años de amistad.
Un TLC Corea-México, es cierto, potenciará el comercio bilateral cifrado en 17,500 millones de dólares sólo para el año 2015 y elevará la preferencia de los productos tecnológicos de aquél país hacia éste con la disminución de los aranceles, por ejemplo para los teléfonos celulares, haciéndolos más accesibles al consumidor mexicano.
Un acuerdo de este rango también resultará beneficioso a Corea del Sur, abriéndole más la puerta a los mercados del continente americano donde México tiene preferencia de entrada: Canadá, Estados Unidos, Colombia, Perú o Chile, por ejemplo, son algunos de esos mercados.
Y la infraestructura portuaria en proceso de transformación en ambas costas del país y también los puertos secos mexicanos pueden significar un aliciente para las empresas coreanas en sus intenciones de llevar sus productos más allá, hacia Europa, como ya lo han sido para la alemana Volkswagen en su camino hacia Norteamérica.
En reciprocidad, Corea del Sur daría a México el ingreso a su mercado de 50 millones de personas de fuerte poder adquisitivo y el know-how de cómo entrar al sureste asiático.