"Hermanos y hermanas, buenos días", dijo el papa tras asomarse a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico y saludar a la multitud. La gente respondió emocionada, agitando banderas (muchas argentinas), aplaudiendo y gritando.
El pontífice se dijo feliz por ese encuentro dominical ya que es importante para los cristianos encontrarse en ese día, saludarse y hablarse en la plaza.
En un discurso, pronunciado únicamente en italiano, el papa habló de la misericordia y recordó cuando, apenas elegido obispo en el año 1992, llegó a Buenos Aires una imagen de la Virgen de Fátima y se llevó a cabo una misa con los enfermos.
Relató que al final de la misa se acercó una mujer anciana, muy humilde, mayor de ochenta años. A ella le preguntó si quería confesarse y ella respondió que sí. Bergoglio le dijo: "Pero si usted no tiene pecado". Ella respondió: "todos tenemos pecados".
Entonces él le dijo: "Pero quizás el señor no los perdona". Y ella una vez más: "el señor perdona todo". El papa le apuntó: "¿Cómo está seguro de eso, señora?". Y ella replicó: "Si el señor no perdonase todo, el mundo no existiría".
"Esa es la sabiduría que da el espíritu santo: la sabiduría interior hacia la misericordia de Dios. No olvidemos esto: Dios no se cansa jamás de perdonarnos, jamás. El problema es que nosotros nos cansamos, nosotros no queremos, nos cansamos de pedir perdón", ponderó.
"Él es un padre amoroso que siempre perdona, que tiene ese corazón de misericordia para todos nosotros. Y nosotros también aprendamos a ser misericordiosos con todos", apuntó.