Desde que fue elegido, Jorge Mario Bergoglio ha ido acompañando su discurso central —“desearía una Iglesia pobre y para los pobres”— con pequeños pero inequívocos gestos de sencillez: ha renunciado al lujoso coche oficial y a parte de la escolta, ha sustituido el papamóvil blindado por un jeep descubierto para recorrer la plaza de San Pedro y, por citar solo tres, suele invitar a sus misas diarias de las siete de la mañana a los trabajadores del Vaticano. El último gesto ha sido el de renunciar a trasladarse —al menos por el momento— al lujoso apartamento pontificio del tercer piso del Palacio Apostólico. Se conformará con la habitación 201 de la residencia de Santa Marta.
El día que visitó el apartamento pontificio, el papa Francisco exclamó: “Aquí pueden vivir 300 personas”. Se trata de una vivienda no solo grande, sino también muy lujosa, utilizada por los papas desde que Pío X se instalara allí en 1903 y reformada recientemente por Benedicto XVI. Joseph Ratzinger compartía el Apartamento —así se le conoce el Vaticano— con la llamada “familia pontificia”, esto es: su secretario personal, monseñor Georg Gänswein, el segundo secretario, el sacerdote maltés Alfred Xuereb, cuatro laicas consagradas –Carmela, Loredana, Cristina y Rosella-- y una monja que le ayudaba en los trabajos de estudio y escritura, sor Birgit Wansing.
El próximo gesto de cercanía se producirá el jueves por la tarde. El Papa celebrará la Misa de la Cena del Señor en un centro penitenciario de Roma. Lavará los pies a 12 de los jóvenes allí encarcelados.