En entrevistas por separado, los obispos auxiliares de las arquidiócesis de Tlalnepantla, Efraín Mendoza Cruz, y de Puebla, Eugenio Lira Rugarcía, aseguraron que su principal tarea como representantes eclesiásticos es mantener viva la esperanza en el pueblo.
“El poder establecer un pacto con quienes han causado y siguen causando daño al pueblo mexicano, no es compatible. No se puede pensar en unir el agua con el aceite”, dijo Mendoza Cruz.
“No se puede hacer un pacto con quienes no están dispuestos a buscar el bien común, el desarrollo de un país, el respeto a la vida y el respeto a todos estos valores fundamentales. Somos completamente distintos, no se pueden tender lazos de simpatía y comunicación”, insistió.
Según el prelado auxiliar de Tlalnepantla, el episcopado de México está unido lo cual es “un regalo” en medio de una situación en la cual la población está dividida.
Puntualizó que los obispos se han propuesto tres tareas importantes: la reconstrucción del tejido social, promover el respeto a las leyes para recuperar el sentido de la legalidad y ofrecer esperanza a los pueblos del país.
“La Iglesia siempre ha sido una defensora de los derechos, siempre ha sido una promotora de la dignidad de la persona humana antes de cualquier postura política, lo seguirá haciendo”, enfatizó.
Estableció que, tanto obispos como sacerdotes, deben tener muy en claro su identidad para no perderse en un contexto de confusión e inseguridad.
Por su parte, Eugenio Lira Rugarcía, auxiliar de Puebla, coincidió que el primer reto para los católicos de su país es no perder la esperanza, porque existe el “grave riesgo” de caer en el error de desanimarse y pensar que es imposible cambiar la realidad.
Estableció que más allá de implorar el don de la seguridad, de la justicia y la unidad, los mexicanos necesitan ser artífices de esa paz, un elemento fundamental para el auténtico desarrollo y un derecho de toda persona.
“En ese sentido la Iglesia tiene mucho que aportar porque el problema de fondo de la crisis que estamos viviendo es una pérdida de valores”, indicó.
“Cuando se pierde el horizonte, la persona humana, el valor de su vida, de su dignidad y sus derechos fundamentales ya no se le trata como alguien sino como algo, al que se le puede secuestrar, extorsionar, maltratar, traficar”, apuntó.
Por ello sostuvo estar convencido que la tarea urgente es reconstruir la sociedad con base en los auténticos valores que permitan una sana convivencia, un verdadero desarrollo tanto de las personas como de la sociedad, “y ahí la Iglesia tiene muchísimo que aportar”.