Un Acapulco devastado por la fuerza de la naturaleza del huracán Otis que en pocas horas se convirtió en un “monstruo” con categoría 5 (la más alta en la escala de Saffir-Simpson) al que le bastaron pocas horas para arrebatar no sólo el patrimonio de miles de familias, sino también muchas vidas. La madrugada del pasado 25 de octubre de 2023, fue una pesadilla.

Pocas horas antes de que azotara el huracán Otis al puerto de Acapulco, las advertencias por parte de Protección Civil fueron mínimas. No hubo mayor aviso ante la peligrosidad de este fenómeno meteorológico al -que, inicialmente, aseguraban que era una tormenta tropical. Solo un par de horas antes, se anunció que Otis tocaría el puerto con una intensidad de cuatro y con posibilidad a incrementarse a la más alta escala.

A todos nos tomó por sorpresa. Literalmente, todas las familias vivimos una pesadilla; primero, se fue la señal de televisión, después la luz, seguido de la señal de internet y de telefonía. Minutos más tarde, ya se sentía la fuerza del huracán. Entramos en pánico, el miedo y la zozobra eran evidentes. Buscábamos un lugar en casa para poder refugiarnos.

Los que logramos ver la fuerza de Otis fue de terror ya que —pese a que no había luz— se apreciaban las láminas de casas, tinacos, tejas, muebles, entre otros escombros volando y estrellándose en las viviendas. Los árboles fueron arrancados de raíz, al igual que los postes de energía eléctrica. Los vidrios de las ventanas fueron las primeras en colapsar.

Oramos y esperábamos con Fe que pronto dejara de llover y se alejara el huracán. Pasamos la noche en vela.

La mañana del 25 de octubre de 2023 fue un crudo despertar. La devastación era total. Las calles eran inaccesibles y la gente no daba crédito de los daños a sus viviendas, de su patrimonio. La falta de comunicación agudizó la angustia y la desesperación.

Después de ese fatídico despertar, la gente acudió a los centros comerciales para saquear víveres, electrodomésticos, entre otros artículos. Los cajeros de las sucursales bancarias fueron vandalizadas. Lo poco que dejó Otis, fue arrasado por cientos de personas que acudían a pie, en motocicleta o en vehículos.

Los hospitales fueron colapsados en su totalidad. No había ambulancias disponibles. Ninguna autoridad de los tres niveles de gobierno se presentó en las zonas afectadas para revisar los daños o al menos, para hacernos saber que sabían lo que estaba pasando en un Acapulco incomunicado y al que le bastó otras horas para ser un puerto sin Ley.