La muerte, los drones y los coches sin conductor. Google parece estar ampliando su zona de influencia más allá de internet hacia todos los aspectos de nuestra vida. Pero ¿qué es exactamente lo que quiere hacer y será bueno para la gente?
En Estados Unidos hay dos edificios, ubicados en costas opuestas, en los que Google podría estar preparando sus más ambiciosos planes para un futuro no tan lejano.
El más famoso, a un kilómetro del campus principal de Google en Mountain View, California, es el hogar de Google X, un laboratorio de investigación supuestamente secreto del gigante de las búsquedas. En realidad no es muy secreto, según explica Oliver Burkeman, en un artículo que publica The Guardian.
Gracias a las informaciones en la prensa especializada en tecnología se sabe que es donde el cofundador de Google, Serguéi Brin, supervisa el desarrollo de los coches sin conductor, los pequeños aviones no tripulados que pueden entregar paquetes sin tener que aterrizar, los globos de helio para llevar internet 3G a lugares remotos del mundo, las turbinas voladoras no tripuladas para recoger la energía eólica a gran altura, y las Google Glass, las gafas con acceso a la Red con capacidad de video perfectas para alienar a todo tipo de usuarios de Internet.
El otro edificio, en la Massachusetts Avenue 25, en Washington DC, pasa un poco más desapercibido. Desde julio, ha sido el hogar de la expansión de las actividades del lobby político de Google, con un personal de 110 trabajadores bajo las órdenes de Susan Molinari, una excongresista republicana de Nueva York.
Hace 10 años, cuando salió a bolsa, Google solo gastó 180.000 dólares en cabildeo, mientras que hasta agosto de este año, según el Wall Street Journal, había gastado 9,3 millones de dólares, convirtiéndose en la segunda compañía privada que más gasta, por delante de contratistas de defensa tales como Lockheed Martin y superado solo por Dow Chemical. Tanto Facebook como Microsoft gastan significativamente menos.
Los políticos de Washington están muy acostumbrados a ser invitados a suculentas cenas por los grupos de presión y a recibir contribuciones para sus campañas de aquellos a quienes representan. En el caso de Google, donó 1,1 millones de dólares a los candidatos políticos en Estados Unidos en el primer semestre de este año.
Pero el cabildeo de Google llega mucho más lejos. Si usted es, por ejemplo, un legislador de Illinois ponderando un proyecto de ley para evitar que las personas usen las Google Glass mientras conducen, es posible que sea contactado por lobistas de Google para discutir el tema. Si usted está en condiciones de influir en la legislación sobre los coches sin conductor, seguramente será invitado a dar un paseo en uno de estos autos.
Hay equipos de política de Google en Bruselas, en Berlín –escenario de muchas batallas con el Gobierno alemán sobre la privacidad–, y en muchas otras ciudades, como Londres, donde el equipo está encabezado por Sarah Hunter, una exasesora de Tony Blair.
¿Qué pretende Google?
Este nivel de actividad política es inusual para una empresa de tecnología que, vista desde una óptica simplista, es una empresa de publicidad con un éxito descomunal, ya que el 90% de sus ingresos, o alrededor de 52.000 millones de dólares en 2013, proviene de anuncios como los que aparecen cuando usted hace una búsqueda, continúa Burkeman.
Pero además están los coches de autoconducción y los aviones no tripulados. Existe el Baseline Study, un proyecto para recoger la sangre, la saliva y la orina de cientos de voluntarios anónimos para tratar de predecir la probabilidad de ataques cardíacos y otras enfermedades que amenazan la vida humana. Y Calico, una filial biotecnológica que tiene como objetivo, en palabras de la revista Time, "resolver la muerte".