Me lo dijo un buen amigo que me ha enseñado mucha filosofía de la vida. Entre otras cosas, que en una tarde cantinera con las malas compañías adecuadas, uno aprende más de la existencia que en cinco años metido en la universidad. Lo que mi compinche afirmaba y que hoy viene al caso, es que no se debe clasificar a las personas en triunfadoras o fracasadas, valientes o cobardes, listas o tontas, trabajadoras o flojas. La única distinción válida entre los seres humanos es la de que unos están motivados y otros, desmotivados. Es verdad. Por asuntos así, un día nos enteramos que el cobarde del condado al que alguien le tocó las teclas correctas, se armó de coraje y le partió su mandarina en gajos al gorila que le hacía la vida de cuadritos. O que el pepino de la clase, al que los profesores siempre le pusieron las orejas de burro por montera, hoy es el dueño de una empresa próspera y se asquea de tanto ganar plata.

Para matar la de Núñez del Cuvillo, Arturo Saldivar que siempre ha sido buen torero, sobrado de valor, inteligencia, arte y técnica, llegó a este San Isidro llevando a cuestas la condición de recién alternativado. Lo que mandaba el esquema era nerviosismo y duda. Pero a él no le acongojó que el escenario es el más importante del mundo del toreo, ni le angustiaba que el avance en su carrera dependía de la aprobación de la cátedra que ocupa las localidades de esa plaza. Tampoco se asustó con que los dos toros que le tocaron en suerte eran los más grandes del encierro, ni que la corrida era televisada a nivel internacional, mucho menos que su padrino es el consentido de las musas y que el testigo de su confirmación en Las Ventas es uno de los mejores coletas del momento. El diestro de Aguascalientes llegó a Madrid a por todas y nada ni nadie iba a impedir su triunfo.

Por eso digo que no se cansa uno de aprender. Esta no fue nada más la confirmación de alternativa, sino una gran enseñanza de motivación personal impartida por el instructor Arturo Saldivar. Para hacer el paseo entre los dos grandes se plantó sin complejos dejando patente su enorme autoestima. Con una tanda de rodillas en los medios participó a la concurrencia, oigan, miren, mi ambición no tiene límites y ahora se van a enterar. En el toro de Talavante, no se achicó cuando le correspondía el quite y el peón no le entregaba al bicho, exigiendo el derecho que le correspondía, justificó su insistencia con unas chicuelinas tan ajustadas que los pitacos le rozaron la taleguilla. A su segundo lo templó con electrizantes cambiados por la espalda. Luego, se estiró en derechazos y lo probó afanosamente por la izquierda. Es cierto, le tocaron los mejores del encierro, pero eso también formó parte del breve curso: si estás decidido y tienes fe, el universo se confabulará contigo. Impecable con capote y muleta, a sus dos toros les sacó todo el partido posible. Las manoletinas fueron de lo más entregadas. Tras pinchar a cada toro, hundió el estoque para redondear la tarde. No cortó oreja, pero su confirmación tiene sabor a triunfo grande. Luego, dejó constancia de su incipiente grandeza al declarar humilde y como si fueran versos: “…no tengo la clase de Morante, ni el valor de Talavante, pero me quiero abrir camino…”. Y me cachis que se lo está abriendo, con técnica de torero grande, un par de cojones en su sitio y motivado como Dios manda.

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