Por supuesto, no había público y como el coso de Apizaco es monumental, la sensación de vacío era casi absoluta; de lo que estaban llenos los tendidos era de nostalgia.

Asistí a narrar las lidias, pago por evento transmitido vía Internet. El cartel, distribuido únicamente en redes sociales, anunció un mano a mano entre Antonio Romero y Angelino de Arriaga. Las ganaderías en concurso fueron Piedras Negras, Coaxamaluca, Tenexac y De Haro. Como Romero se sentía muy enfermo por una oclusión intestinal -consecuencias de una cornada recibida hace tres años-, el médico lo mandó al hospital y el acontecimiento había quedado en encerrona. Sin embargo, al doblar el segundo, Antonio con el semblante de color verde apareció en el callejón y mató al tercero.

La casta torera que lo hizo sobreponerse al tremendo malestar para matar un toro; el que Angelino de Arriaga estuviera bien, cargando la suerte y con muchas facultades; que los cuatro toros salieron muy buenos y que al ser concurso, tuvimos la suerte de ver arrancadas de largo al caballo, auténticas muestras de bravura emotiva, nos llevó, guiados por la obsesión del toreo, a encontrar un camino a la nostalgia.

Además de la ausencia del tan necesario personaje colectivo en el drama taurino, el acontecer actual está imponiendo nuevas costumbres. Los eventos comienzan a mediodía y no por la tarde; los muy pocos asistentes van con cubrebocas y careta, los toros están despuntados; es lógico y muy comprensible, como está la situación de la salud, nadie quiere que un torero vaya a parar a un hospital y se contagié de coronavirus. A la par, los organizadores no sacan ni para los gastos, menos para pagar la primera noche de hospitalización por una cornada, que según sé, debe cubrir la empresa porque el seguro se hace cargo a partir del día siguiente. En el fondo, se entiende y es mejor así que nada.

La pandemia continúa y lo hará un rato largo. Entonces, a este tipo de corridas de toros tenemos que darles un nombre nuevo, porque no se realizan con las formalidades y tradiciones del rito táurico contemporáneo; aunque, literalmente, sí lo sean, porque de hecho, se corren toros. La palabra “corrida” nació en los tiempos en que los nobles a caballo perseguían toros por el campo para alancearlos. Así, lo hacía también don Antonio de Mendoza, primer virrey de la Nueva España. Menos podemos llamarlos festejo, porque no hay festejantes y por tanto, nadie celebra nada. Tampoco es un tentadero, ni una tarde de toros porque, ya lo dije, es a mediodía.

En España, ante el rebrote, se ha anunciado oficialmente que lo queda del año no habrá corridas en Madrid y se han suspendido los festejos de Aranjuez y de San Sebastián de los Reyes. En México es imposible que se dé la temporada grande y las corridas de feria en otras ciudades. Sudamérica anda por las mismas. Hoy, lo de la admisión presencial severamente restringida y la transmisión por Internet de las lidias, es la única alternativa de sobrevivencia para la tauromaquia.

La nostalgia te toma por sorpresa. La desencadena una canción, una persona, un poema, una fotografía y también, una evocación de otro tiempo. Llegas y no hay aficionados haciendo corro en las afueras de la plaza. Echas de menos el rumor expectante. No hay clarín que llame a la cuadrillas, tampoco paseíllo, ni el grito exaltado de la multitud cuando empieza a sonar el pasodoble. No huele a tabaco. En las verónicas no se escuchan los oles que se acrecientan conforme el torero se templa y alarga los lances. La loa tampoco resuena en las tandas de muleta. Esta vez, nadie en los tendidos se puso de pie para ovacionar en el arrastre a los magníficos toros ni arrojó un ramo de claveles a los matadores, que no dieron la vuelta al ruedo mostrando los trofeos, porque no tenía ningún sentido. Son los dolientes silencios de la pandemia acorralando al toreo.

El pasado es un lugar lejano y la nostalgia es añoranza, tristeza dulce, una forma de soñar, una oposición al olvido. Hace seis meses, quién nos iba a decir que los buenos tiempos se estaban quedando allí. El año 2020 era el de los festejos por los ciento cincuenta años de la ganadería de Piedras Negras. Al parecer, los dioses nos han dado la espalda y lo virtual es nuestra manera de sublevarnos a sus designios. Cinco Villas ya promueve la transmisión cibernética de su festival sin asistentes a la grada. Lo de Internet como única vía para ver toros se está volviendo el ceremonial electrónico de la nostalgia.