La fortuna toca una sola vez a la puerta. No se sabe que lo haya hecho en dos ocasiones, y menos sucesivas. En muchos sentidos Blanca Alcalá es producto de esa mezcla extraña de talento y fortuna, así como de ese fenómeno nuevo que son las mareas electorales, en las que los votantes lo mismo premian que castigan. Pero no sólo es de un político exitoso en las urnas, sino que en el caso de Blanca Alcalá debe reconocerse su talento en el ejercicio de gobierno. Condición que no sólo la pondera en lo individual, sino que su experiencia reivindica al sector más experimentado del PRI. En ella se aplica al pie de la letra aquel dicho publicitario de que los priistas “sí saben gobernar”. ¿Y la crítica? ¡Por Dios! La crítica es un hecho consustancial a la política. Si no hay crítica, son actos de fe.
Por eso desde ya se dice que la alcaldesa debe salir a la calle y pronunciarse abiertamente sobre lo inmediato en materia política, pero sobre todo electoral. No es su caso en lo individual, es el anhelo de muchos. La política es la actividad suprema porque atañe al interés de todos. Blanca es de los pocos aspirantes que está en un lugar de privilegio: es la secretaria general de la CNOP. Por eso muchos quieren verla de vuelta, sentada desayunando en los portales del Centro Histórico con sus amigos, que los tiene, y muchos: son legión; los que a su vez la quieren, y la quieren bien. Pero más que eso, la quieren de vuelta.
O bien, Blanca Alcalá recorriendo los pueblos, en trato ameno con la gente, las mujeres, los jóvenes, aquellos que con su discurso enriquecen la llamada sociedad civil, los sin partido pero que votan, los indios, los desamparados y los que sueñan con otros mundos. Blanca en reuniones de trabajo, explicando los objetivos de la agrupación nacional que preside. Pero sobre todo hablando de lo que precisa el país en este momento de emergencia general en el que está metido por la impericia en el mando.
Nadie quiere que persista la estrategia de gobierno que ha conducido al país a un Estado fallido. En el que no pasa día que no se reporten matazones tumultuarias como la de ayer, en Nayarit, en la que no obstante tratarse de 29 muertos, entre ellos gente inocente, la respuesta oficial fue la misma: que se trató de simples sicarios y por lo tanto son poco más que la escoria, un peldaño debajo de la condición humana. Ni para abrir una averiguación (al respecto puede verse el índice de Paz Global, publicado por el Instituto para la Economía y la Paz, en la que México ocupa el lugar 121 de 153 naciones).
Sería muy peligroso para el desarrollo de la entidad que la exalcaldesa se deje amedrentar por las fuerzas del pasado. Se ha dicho mucho que realmente quien se encargó de que no asumiera un papel preponderante en el nuevo Comité Ejecutivo Nacional del PRI fue el señor Melquiades Morales Flores, quien conspiró en su contra ante Manlio Fabio Beltrones, al amparo de su condición de senador y compañero suyo en Xicohténcatl. A querer o no, la alternancia está afectando muchas zonas de privilegio y las rémoras reaparecen aquí, allá y acullá.
El de los Morales Flores es uno de los cacicazgos más perniciosos que se han registrado en la entidad, y en muchos sentidos es corresponsable del Estado inicuo en el que está Puebla hoy. Casi cerca de medio siglo de dominio desde las diversas posiciones de gobierno. Ora en el Congreso local, ora en el Congreso federal, ora en el Senado, ora en la secretaría fulana de tal, ora en el partido, ora en las agrupaciones campesinas, ora de vuelta en el partido, ora en la gubernatura; ora el uno, ahora el otro, ora el hermano, ora el sobrino, ora el pariente.
En las elecciones locales de hace tres años el PRI, de marca a marca, estaba 23 puntos abajo del PAN. Aquella era una carrera perdida para el tricolor. Los panistas estaban tan seguros de su triunfo que anunciaron la caída de Mario Marín desde el Congreso, y el candidato capitalino no dudó en confesar públicamente que sólo gobernaría en la ciudad muy poco, porque su verdadero interés era la gubernatura.
Atemorizados por las cifras, los priistas idearon una estrategia adelantada de control de daños. Supusieron que la derrota de Blanca Alcalá (una funcionaria del segundo círculo) tendría poco impacto en el grupo compacto, porque en general era vista como ajena al marinismo, el grupo político dominante en el partido. Y en efecto Blanca era ajena al marinismo y eso la potenció.
Pero como ocurre con los grandes liderazgos ocultos, en un santiamén se posicionó del territorio de la política y de la agenda pública. Su sola designación le costó al partido contrincante la pérdida de cinco puntos. La distancia empezó a achicarse, hasta culminar con uno de los triunfos más contundes que registrados en la entidad en periodo de competencias cerradas. Al final, la diferencia en favor suyo fue de 22 puntos. Entonces cobró fama Antonio Sánchez Díaz de Rivera, por tratase del primer candidato en la historia que en tres meses dilapidó 45 puntos. Eso es.
Todos quieren a Blanca de regreso
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