La máxima de que el que se mueve no sale en la foto —dijera el finado líder cetemista Fidel Velázquez— ya forma parte del refranero popular que no opera en este siglo. Y menos cuando el peor ejemplo lo puso el otrora chistosito Vicente Fox cinco años antes de la elección del 2000.
Solapado en aquellos años por el indeseable de Ernesto Zedillo —quien a la postre evidenciara su complacencia por haber entregado el poder al panismo—, Foxichente generó una angustia colectiva en los políticos que aspiraban a ocupar un cargo de elección popular en todos los partidos políticos y a nivel nacional.
Este desorden dio un lance de tirabuzón entre la clase política, que ahora nadie quiere permanecer quitecito ni respetar términos institucionales, ni les importa hacer valer el fondo y la forma. Lo que importa es no estar fuera de foco para no dejar de estar en el ánimo electoral.
Resulta gracioso que aquellos que practicaban una ortodoxa disciplina partidista, empezaron a tener conflictos internos consigo mismos. Especialmente aquellos que llevaban más de una década esperando ser los ungidos. Lo mismo para regidores suplentes que para senadores propietarios.
Con desenfrenado exceso iniciaron una forma diferente de hacer política propia del nuevo siglo. Es así como hemos visto el desfile de desleales e incongruentes que con tal de no perderse una curul o una silla presidencial aunque sea en el municipio más pitero del país, decidieron cambiar de partido, de ideología, de mujer y de amigos como si se quitaran una playerita acapulqueña con tal de conseguir su sueño dorado de vivir privilegiadamente del erario público.
De ahí que ya no sorprenda —aunque no deja de molestar— el largo listado de fulanos y menganas que de la noche a la mañana terminan por irse a las filas de un partido político que hasta ayer le resultaba repulsivo.
Hoy en día lo que se estila es el cinismo más pleno de estos conversos maniqueístas, pues además de seguir incrustados en las estructuras de los institutos políticos que los dieron a conocer, ahora resulta que con tal de no estar fuera de la nómina, se han mimetizado en lo que tanto combatieron en su pasado reciente.
Un ejemplo claro es lo que el seudoperredismo poblano vive. Con un dirigente amorcillado y desvergonzado como Luis Miguel Barbosa, era lógico comprender que pondría mequetrefes en posiciones estratégicas para cuidarle en changarro.
Las prerrogativas que reciben del Estado son bastante considerables como para dejarlas en manos de cualquier tipo con dos dedos de frente. De esta suerte —y una vez seleccionado De la Rosa para el caso, y luego de confabularse con los panistas para una alianza que finalmente llevó a Moreno Valle a Casa Puebla—, Barbosa los reunió so pretexto de la renovación de sus estructuras en la entidad (¿cuáles?) les informó que nada de ir en contra de las decisiones del gobernador panista.
El pacto que signó con él fue de seis años, por lo que jalaban bonito o mejor buscaran otros “lares”. ¿Qué tal?
Nada como ver la decadencia moral de quienes criticaron hasta el cansancio el arribo del presidente espurio Fecal.
Ahora, como canción de Timbiriche son amigos. “Amigos de verdad”. ¡Ay, ajá! Pero ese no es el único caso de chifletería con pólvora mojada. Los albiazules poblanos siguiendo una vez más el patético ejemplo que Foxichente les brindó cinco años antes del 2000, asumieron sin chistar la asunción de Rafael Moreno Valle Rosas como su candidato a senador primero y luego como su candidato a gobernador del estado.
Dejando en claro que sólo un heredero del priismo más rancio en la entidad podría lograr lo que ninguno de ellos —panistas de cepa y neopanistas coaligados al yunque— lograron en sus sueños más febriles.
De esta suerte, el nieto del exgobernador priista Rafael Moreno Valle hizo el sueño imposible de Ana Teresa, Paco Fraile, Díaz Caneja, Jorge Ocejo, Humberto Aguilar y hasta del patético Toño Díaz de Rivera, por citar algunos.
Estos panistas que durante años defendieron y custodiaban fieramente sus posibilidades en el panismo más radical, terminaron olvidando pundonor, dignidad, congruencia y vergüenza partidista.
Ellos y sus aprendices de políticos se mutaron en fanáticos de Rafa Moreno, y hoy como nunca le rinden cuentas, cánticos y odas al “new-neo panista” Moreno Valle, a quien debajo de su fina camisa le siguen vibrando los colores del PRI.
Y cómo no, si ha contado con el apoyo y seguimiento genuflexo de dizque priistas que ahora son como sus padres y hermanitos de leche. Tricolores que se vendieron como suripantas decadentes y que se tiran a los pies de “Rafagober” a la menor provocación.
Gente que vivió y adquirió nivel y calidad de vida inmejorables al amparo de las generosas dádivas, que en nómina oficial o en fase de aviadores tuvieron a su disposición por lustros. ¡Ah, qué tiempos!
Y por eso —y antes de perderlos— es mejor agachar la cerviz y mostrar mansedumbre y aquiescencia a cada frase, palabra o iniciativa que el mandamás en la entidad les envía.
Bravo por el servilismo que mantiene las prerrogativas que Lastiri regentea. Bravo por quienes tendiendo un cargo público por el PRI, hoy se arrastran al panismo en el poder. Bravo por los chulos y chulas que con su conducta de mozos al servicio del gobierno morenovallista, podrán sobrevivir bocabajeados y desdeñados por la sociedad; pero siendo ellos tantos, ni lo notarán.
¡Viva la pirotecnia preelectoral!
¡Entre petarderos se vean!