A unos días de que en el Estado de México se viva una de las elecciones más llamativas —que no competidas—, de los últimos meses en el país, hay varios poblanos que empiezan a recordar una vez más, lo que hace un año se vivía en los albores del proceso electoral que determinaría al sucesor de Mario Marín en Casa Puebla.
La vorágine que en esos momentos se vivía hacía que cualquier vaticinio de derrota para el PRI fuera poco menos que desechado.
Aparentemente nadie ubicaba la derrota que sufriríamos en las urnas frente a un oponente que se había arropado con diferentes partidos —totalmente opuestos en sus principios y objetivos políticos—, con el ánimo de reventar al otrora poderoso PRI.
¿Qué hubo detrás de esta derrota? ¿Quiénes fueron los verdaderos responsables de que hubiera otro modelo político gobernando a los poblanos? ¿Cuánto pesó la simulación en este proceso? ¿Quién patrocinó la victoria de Moreno Valle? ¿Se entregó la gubernatura a cambio de inmunidad política para los salientes?
Éstas y miles de preguntas suelen ser parte de los análisis que miles de poblanos —a un año de distancia—, se hacen cada que convergen más de tres  políticos damnificados por esa derrota histórica.
Lo curioso del caso, es que la conjeturas son tan variadas como disparatadas. Hay quienes pretenden elucubrar tanto en lo que sucedió aquél 4 de julio en Puebla, que terminan resbalándose en ese mar de especulaciones. Nadie quiere entrarle en serio al tema.
Hay quienes hablan de este evento, como si hubieran sido el colchón ó la almohada donde Marín caviló sus últimas decisiones de sábado 3 para domingo 4 de julio.
Varios exoperadores juran que nunca bajó el recurso para movilizar a los simpatizantes y militantes que no contaban con recursos para ir hasta la urna más cercana a su domicilio.
Otros más aventurados dicen que recibieron órdenes de no operar a favor de Zavala. ¿Órdenes de quién?
Lo que no deja de ser una realidad que costó no solo Casa Puebla, sino la estabilidad laboral y social de miles de poblanos hoy en día, es el hecho de que hubo un número indeterminado de desleales que decidieron jugarle a tener las dos velas prendidas para ver con cuál se iluminaban los próximos seis años.
Bajo la oportunista mentalidad de que Moreno Valle no había dejado de tener tatuaje tricolor, varios pseudo operadores del zavalismo, decidieron pasarse de listos y formarse con el candidato ganador de ese 4 de julio.
Embozados con la capa que más les remunerara, muchos de los llamados íconos del priismo poblano se arrimaron a la conjura que desde el Senado se armó para que perdiera López Zavala y todos sus colaboradores.
Existía la promesa de que su traición sería compensada con cargos, gratificaciones y apoyos en obras y servicios por parte de Moreno Valle. La certeza de qué él sería el ganador de la elección fue asegurada con las hordas de maestros sindicalizados a las órdenes de la temible Elba Esther Gordillo ¿Quién iba a contrarrestar la maquinaria implementada desde el SNTE a favor del ahijado de esta mujer?
Ni los eventos, premios y estímulos entregados con anterioridad a este sector magisterial, pudieron contrarrestar la indicación que su lidereza nacional les había dado: todo el apoyo a favor de Moreno Valle.
Mientras Zavala estaba seguro de que el equipo que había formado durante los últimos seis años era el mejor, sus enemigos asechaban en torno a él fingiendo que operarían a su favor. Y el engaño surtió efectos letales.
Javier se confió en el grupo que lo ayudó a ganar la elección del gobernador Marín, a recuperar los espacios perdidos en el 2006 —gracias a la camorra y escándalo armado por la insufrible Lidia Cacho—, tal como se demostró con los 26 diputados que siguieron en la segunda etapa del sexenio.
Esta elección fue tan bien cuidada y operada, que no lograron ocupar curules ni Zavala ni Valentín Meneses  a la sazón candidatos plurinominales.
De la misma forma y aceitando más la maquinaría, Zavala ratificó su confianza en el equipo que coordinó para ganar las 16 diputaciones federales que siguen en vigencia. Con este equipo de trabajo, como dudar del éxito que su propia elección tendría que retribuirle.
Por desgracia no contó con la perfidia y las filtraciones dolosas que de su estrategia  hacían algunos de sus “convidados”. Muchos de ellos hoy convertidos en flamantes diputados plurinominales cuya memoria se encuentra perdida en la cómoda posición que gracias a su traición ahora ocupan.
Eso sin contar con la cantidad de arribistas que se le pegaron mientras Zavala se encontraba en la cresta de la ola. Una vez que piso tierra, esos “incondicionales” de momento, se esfumaron.
A un año de esa debacle electoral, los priistas quedamos no solo dolidos, sino auténticamente huérfanos y náufragos en la inmensidad de un mar que se pintó tornasolado; en un mar donde los priistas no tenemos líderes ni tatiascas por seguir.
La mediocridad y el entreguismo son las únicas formas de acceder al otrora poderoso PRI. El rastrerismo y la adulación al gobernador en turno, son las única formas de sobrevivir casi con los mismos privilegios del pasado.
A un año de la derrota más dolorosa que los priistas de cepa hayamos padecido, contadas son las voces congruentes y dignas que pugnan por recuperar un instituto político que a nivel local, es tachado como perdedor y podrido.
Por suerte quedan miembros solventes por rescatar para el 2012. Gente que tiene muy presente lo que sucedió y la causa de lo que pasó. Lista para recuperar lo que perdimos: el resultado de la elección que no se dio por culpa de la traición.