Llegan a México las reliquias del papa Juan Pablo II y con ellas la manifestación del fanatismo religioso que sólo demuestra la ignorancia de un pueblo ávido de fe.
Un vestuario papal, unos mililitros de “sangre viva” —concepto que por cierto los científicos desconocen, pues solamente el tejido sanguíneo tienen vida dentro de un cuerpo en funciones—, una estatua de cera del pontífice y la evidente carencia de esperanza en un México rojo que no encuentra salida, hoy en día representa para muchos católicos la única manera de no perder la fe en un país que se desmorona.
La deplorable manipulación que ejerce la Iglesia católica sobre sus feligreses, solapada por los gobiernos en turno, solo me hace pensar en las carencias que desafortunadamente el propio Estado mexicano ha sembrado en nosotros.
Soy católica y confieso que pocas veces me ocupo de ejercer mis propios dogmas de fe. Reconozco el impacto que provocó en 1999 cubrir la visita del ahora beato Juan Pablo II, pero de eso a creer, pensar o afirmar que la gota de sangre encapsulada es suya, sería como creer que en este país no hay violencia.
Ver imágenes de feligreses derramando lágrimas sobre la vitrina que guarda la réplica de Karol Wojtyla y para colmo, al presidente de México Felipe Calderón acompañado de su familia, entristece y no por las creencias religiosas, sino porque este tipo de espectáculos no son mas que una muestra de la ignorancia en la que vivimos.
¿Y los sacerdotes que abusan de menores?
¿Y los diezmos que reciben los lideres eclesiásticos para llevar una vida similar a la de magnates?
Que viva la ignorancia. Bendita seas.

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