No sé si fue un hecho que pueda ser considerado como terrorismo. Incluso esta declaración del presidente Calderón, definiéndolo como tal, me confunde.
Lo que sí sé es que lo sucedido en Monterrey nos deja con un sentimiento de impotencia, indignación, preocupación y consternación. Tres días de duelo nacional, 30 millones de pesos de recompensa a quien proporcione información. Convocatoria a la unidad de los mexicanos. Discursos reactivos del gobierno federal que suenan huecos.
Nuevamente las acusaciones de unos contra otros, el gobierno federal —en voz de Poiré— acusando a los municipios y al gobierno de ese estado. De la misma manera como lo han venido haciendo en ocasiones anteriores.
Corbatas negras.
La bandera a media asta en todo el territorio nacional.
Reuniones de emergencia y una vez más el compromiso del gobierno federal para la investigación hasta las “últimas consecuencias”.
Todo, absolutamente todo, me parece demagogia pura.
El presidente acuñó la palabra “guerra” cuando decidió sin consenso iniciar acciones en contra del narcotráfico. Más de 50 mil muertos ha sido el saldo oficial.
¿Quiénes son? ¿Cuáles, sus nombres?
¿Cuántos de ellos son de las fuerzas de seguridad?
¿Cuántos de ellos son víctimas inocentes?
¿Cuántos son los delincuentes?
Y ¿sus familias?
No lo sabemos en realidad y muchas voces han pedido cambio en la estrategia de esta “guerra”. El señor Martí, la señora Wallace, el señor Sicilia, el movimiento “No más Sangre”; los seguidores de todos y muchos más, unidos todos por la paz.
Escribe Diego Petersen Farah: “El peor de los errores de la guerra al ‘narco’ es el nombre. Llamarla guerra permitió legitimar, mediáticamente, la presencia del Ejército en las calles, pero al mismo tiempo le dio a la batalla contra los grupos de delincuencia organizada una connotación de guerra civil que polarizó al país. ‘Los malos’, los perseguidos, los que amenazan, los muertos, todos son mexicanos, (…) la guerra debe ser por el Estado de derecho: es contra los ‘narcos’, contra los jueces y políticos corruptos, contra la delincuencia organizada y la desorganizada, contra la ‘piratería’, los abusos patronales y la invasión del espacio público (…) la guerra debe ser contra la impunidad”. (Nexos, agosto 2011)
Hoy el propio presidente acuña la palabra “terrorismo” para referirse a estos inéditos hechos ocurridos en Monterrey. Se ha subido al discurso oficial.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua dice que “Terrorismo, es la sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”.
Si el gobierno federal no ha podido contener a la delincuencia organizada con una guerra declarada por él mismo, en la figura de jefe de las instituciones de este país, ¿podrá contener ahora los actos de terrorismo?
Comparto y coincido con lo recientemente escrito por Luis Petersen Farah: “Si esto es un parte aguas y realmente significa un combate al terrorismo de la impunidad, de la corrupción, de la descomposición policiaca y judicial, si es ése el terrorismo a combatir, pues adelante. Pero hay que empezar ya, antes de confundir con palabras. Porque en estos años de guerra la impunidad ha salido ilesa”. (Milenio, 28 de agosto 2011)