En una auténtica muestra de respeto por las nuevas formas, el Consejo Político Nacional del Partido Revolucionario Institucional discutirá a la brevedad, este sábado 8 de octubre, el método de selección de sus candidatos rumbo al proceso electoral federal del año próximo.
Desde que el país incursionó en un proceso de democratización y ulterior consolidación democrática, desde el año de 1996 a la fecha, una costumbre muy socorrida por los partidos políticos ha consistido en “transparentar” —más bien publicitar— los procesos de selección de sus candidaturas internas. La razón de ese cambio tan brusco en el modo de reclutamiento y tasa de persistencia de las altas jerarquías de la representación política fraccionaria supone, entre otras cosas, la exaltación de un interesante prejuicio: las fracciones, entendiéndolas como espacios de confluencia de intereses y negociaciones vinculantes, temen mostrar su naturaleza vertical y autoritaria; intentan, en la medida de sus esfuerzos, disimular la verticalidad de sus organizaciones tanto como la discrecionalidad —y arbitrariedad— de sus jerarquías.
Sin duda, la estrategia interna de los partidos obedece a una necesidad de camuflaje de su naturaleza típicamente autoritaria pues, y esto es común después de finalizada toda transición democrática, frente a las nuevas formas las fracciones toman sus debidas precauciones para evitar el pago de facturas electorales que sometan a los posibles candidatos a espectros de baja competitividad y abierto rechazo electoral.
En este contexto, siempre racional y estratégico, ocurre el “frenesí tricolor” por transparentar algo que inició meses atrás en los pasillos del gobierno del Estado de México y del Comité Ejecutivo Nacional del Revolucionario Institucional; desde luego, me refiero a la decisión final de las candidaturas, producto de una larga negociación ocurrida entre coaliciones de intereses contrarias y enemigas. En fin, el proceso interno está planchado y aunque la contienda entre aspirantes aún no ha llegado a su punto máximo de ebullición, en lo esencial las cartas están listas y puestas sobre la mesa.
En ese mismo paquete de fechas y procedimientos, entre el 12 y el 13 de noviembre, el PRI dará a conocer su convocatoria para la elección de su candidatura a la Presidencia de la República; formalmente, la precampaña arrancará el 5 de enero del año próximo. La simulación institucional del PRI es poco más que admirable: siendo el único partido que atraviesa por niveles de nula competitividad en su “cartera” de aspirantes a la presidencia, también ha sido el primero en poner en claro las reglas del juego, además de sugerir la posibilidad de una encuesta —en vez de una elección— en el método decisivo en la selección del gobernador mexiquense que encabezará su gran candidatura.
Una vez más el PRI le apostará a lo que hasta hoy ha sido su mejor estrategia de campaña: la misma que implicó aquella ilusión ganadora y apabullante que durante los comicios del Estado de México se dejó entrever con toda su fuerza; me refiero al manejo inteligentemente dirigido de las masas, así como de la proyección del electorado del Estado de México como una muestra clara, representativa y hasta definitiva del padrón nacional. No hay mentira más grande y tan ingenuamente creída. La fuerza del Revolucionario Institucional se basa en una ficción que, con el correr de los meses, sólo el más incauto y ferviente de los electores creerá.
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