El ambiente huele a poder. De ese que ya no existe. Ése que se fue con la muerte de los dinosaurios y con el movimiento telúrico que desequilibró el eje de lo priista. Decir que están todos suena a presunción, pero aquí no lo es.
Está toda esa clase política que sufre por falta de chichis y de un Huey Tlatoani. Aparece el típico fotógrafo con tres dientes llenos de sarro, vistiendo un saco mugroso color café y una corbata toda lampareada, saludando a un priista. “Ese, mi licenciado, ¿le saco una foto con su rector?… ¿la va a querer grande?… Le va a salir más caro”
El auditorio del Complejo Cultural Universitario está lleno. Gente de pie en los pasillos. Señoras copetonas, dignas vendedoras de Mary Kay, llegan tarde. Ellas con sus estolas y sus abrigos ven con desprecio a los zarrapastrosos prietos que gustan de usar camisas amarillas, corbatas coloridas y trajes negros. “Vámonos de aquí”, espeta una de ellas con un dejo de asco.
Al frente, Enrique Agüera flanqueado por un gobernador y el secretario general, José Ramón Eguíbar Cuenca, que cada vez está más cercano a ser un rabino que un académico.
Aplausos.
Videos.
Discursos.
Mensajes.
Más aplausos.
Más discursos.
Cifras.
Uff.
Reconocimientos.
Cebollazos.
Más aplausos.
Más videos.
Más uff.
Gente que interpreta los discursos como si fueran enviados en una misión. Son como José “El Soñador”, pero región 4 (sin Faraón y sin corte): “ése es el mensaje entrelíneas, ¿viste?, no se va”, mientras otros los ven de reojo con cara de “¡ay, qué hueva!”
Reporteros que se acaban los pambazos rellenos de frijoles con chorizo.
Twitteros que relatan, escena por escena, como si los internautas estuvieran muy entretenidos. Como si de veras estuvieran muy entretenidos, se insiste.
Políticos desparramados en sus asientos.
Políticos desamparados.
Periodistas que ensayaron sus aplausos y sus sonrisas.
Revivió el aparato.
Ese que opera en los sótanos de la política.
¿Recuerdan a Polo de Lara? ¿Armando Blanco?
Recuerdan a esos que están juntándose con todos los que puedan para decir que están en la Asociación de Ruleteros, Anexos y Conexos, esos operadores que dicen que ya cuentan con el Sindicato Único de “Qué-quieres-que-haga-tu-nomás-me dices-y-le-entramos”, afiliado al muy reconocido “Sindicato Único de Asesores en Desgracia”.
Esos que dicen apoyar a Peña Nieto desde hace tres años o que tienen el lunes reunión con Humberto Moreira: “¿quieres?, te lo acerco, hermano”.
Aquí lo que sobran son edecanes.
Mujeres delgadas con minifaldas y medias negras que provocan la mirada de “harto” académico e integrante del Consejo Universitario.
Es decir, el ambiente huele a poder. Ése que ya se fue.
Esa vibra que flota y que conquista.

***
Enrique Agüera camina de mesa en mesa. Es el brindis. Canapés, vinos tinto y blanco, agua. Hay un grupo de rock que interpreta oldies, que cuenta hasta con metales y toca canciones de Chicago, Fleetwood Mac, Tempations, entre otros.
Los meseros, que al final no dejaban de preguntar “¿qué le pareció el servicio?”
En medio, un cartel de Enrique Agüera señalando hacia delante.
—Doctor, felicidades, ¿me deja sacarme una foto con usté’?
—Claro, hija.
“Clic”.
—Otra, otra —pide el fotógrafo.
“Clic, clic”.
Agüera saluda: “gracias por haber venido”.
“Doctor, magnífico, bellísimo, qué buen discurso, qué bárbaro”.
El citado doctor sonríe, entiende, disfruta del poder. Es una fiesta. Es la escena con el grupo al fondo, la clase política, los vinos, las edecanes, ese dulce olor que conquista.
No se le escapa ninguna mesa.
“¿Qué pensará Enrique Agüera cuando lo barbean tanto?”, pregunta un periodista en voz alta.
Aquí todos son los “muchos gustos”, los “cuándo comemos”, los “te busco”, los “a ver si la otra semana”, los “carajo, qué buen discurso de mi doctor Agüera”, acompañado del onomatopéyico “glu, glu, glu”, después de zamparse una copa de vino y comerse unas empanaditas con queso.
Éste, señores, es el poder.
El que se fue.
Por el que muchos que vinieron rogaron, por la falta de liderazgo que no encuentran en un gobernador que sólo ve obras frías. Números. Cartas aclaratorias.
Aquí vinieron los que necesitan de la ubre, pero sobre todo de un nuevo Huey Tlatoani. De los que necesitan rumbo.
Esta, si me permiten insistir, es una noche de poder.