Esopo, un griego que nació y vivió en el siglo VI a.C., si viviera en nuestros días seguramente hubiera sido taurino, por su amor y aprecio a los animales, de quienes escribió muchas y bellas historias, hermosos cuentos que al final nos dejan una enseñanza o lección. Él, de seguro hubiera escrito la fábula del Toro y el Chivo, que dice así:
Viajaba por el sureste del estado de Puebla un camión tipo Torton para carga de más de cuatro toneladas, con una plataforma trasera de ocho cajones fuertes, pintados de color rojo. En las portezuelas podía leerse el letrero “transporte de toros de lidia”. Ahí mismo, en la puerta y la parte trasera, se veía la silueta de un enorme toro, igual al que se ve en muchas carreteras e innumerables anuncios. Había una detención del tráfico, y al detenerse el camión un ayudante del conductor bajó; abriendo unas trampas o ventanillas, con un garrafón vertió agua en los bebederos de los cajones y puso en los comederos de cada cajón alfalfa achicalada y unos puños de concentrado en grano. En eso, de una manada de chivos escuálidos que cruzaba bajando del monte, se separó un enorme chivo, quizá el más grande. Atraído por el olor de la verde y fresca alfalfa, apoyándose en sus patas puso sus pezuñas delanteras en el borde de la plataforma y comenzó curioso, hambriento y sediento, a saludar con meneos de cabeza. El chivo demandó un poco de comida, inquieto junto con otros chivos porque habían pasado por un andar tedioso y cansado recorrido de cerca de 11 meses por aquellos parajes semidesiertos de la Mixteca poblana. El toro, orgulloso dentro de su cajón de transporte, observó al chivo, mientras con movimientos de su testuz le invitaba a comer de su pastura y forraje.
—Pero antes, dime, chivo. ¿Cómo te llamas?
El chivo agachó la cabeza, casi arañando el polvo del camión con sus barbas de pelo de alambre y en forma de triángulo, imitando las de algunos humanos que así se las dejan crecer. Y más rojo de vergüenza que lo rojo de su pelambre, respondió:
—No sé, ¡no tengo nombre!
El toro, arrogante, “armándose”, es decir adelantando y poniendo en alto su testuz e imponente cornamenta, orgulloso aseveró:
—Yo me llamo “Arrempuja”, y ese nombre me pusieron mis amos por ser hijo de la vaca “Arrempuja”, del mismo nombre que yo, pues nací el primero de su vientre y así me corresponde llevar ese nombre. Mi padre es el toro “Jarifo”, así se llama por guapo y buen mozo, al igual que mi agüelo y todos mis ancestros que siempre hemos sido de familia muy guapos, “muy bien presentados”, como suelen decir en nuestro mundo, el mundo de los toros. Ese es el gusto de nuestro l’amo, de crearnos de muy buen tipo y así ha sido siempre en nuestra casa ganadera. Ahí, en los potreros la pasamos bien padre, jugueteando y corriendo. Hasta “luchitas” jugamos, entre hermanos y primos, midiendo nuestras fuerzas en la cornamenta, que para eso nos alimentan bien, hasta miel y melaza nos dan de alimento. Y tú, pinche chivo, si me permites que así te llame, ya que ni a nombre llegas, ¿quiénes son tus padres?, ¿de dónde vienes?
—¡No sé! —contestó el chivo por toda respuesta.
—Si no sabes ni cómo te llamas, ni de dónde vienes, ¿siquiera sabes adónde vas?
—¡Al matadero! —respondió el barbas, queriendo morir de vergüenza ahí mismo— Y tú, toro, ¿pa’dónde vas? —se atrevió a preguntar.
—¡A una corrida, a pelear por mi raza y a poner muy en alto los colores de mi divisa, de la casa ganadera que me ha criado, a demostrar para qué he nacido, para qué he sido creado, a mostrar mi nobleza, bravura y empuje, por eso me llamo “Arrempuja” y a eso voy, a “arrempujar juerte” contra los caballos y contra quien se me ponga enfrente. A pelear, aunque sea a costa de mi propia vida, por eso soy un toro de lidia. Te repito que para eso he sido creado.
—¿Y cómo sabes que va a pasar todo eso? —preguntó el chivo, que cada vez parecía empequeñecerse más frente al arrogante toro.
—Me lo dicta mi instinto, me lo dicen mi casta y mi raza.
El chivo, ya picado en su amor propio, respondió:
—Bueno, eso de que no sé ni donde nací, cierto, pero sí sé que yo y mis “compas” chivos semos de por un pueblo de por allá abajo, que mientan Santa Maria Xochixtlapilco, de por Huajuapan del Lión. Semos por todos más de catorce mil. Y no digas que no sabemos ni adónde vamos, ya te dije que vamos a que nos den en la madre, digo, al matadero. ¿No sabes qué es eso? Nos van a hacer mole de caderas, un plato con el que los humanos después de chupar nuestros huesos, hasta se chupan sus dedos. Ustedes, ¿cuántos van en el camión?
—Somos seis. Dos hermanos y los demás primos y van dos más, por si hacen falta pa’ echarnos la mano con el compromiso de echarle ganas en eso de la lidia. Te digo que somos toros bravos, toros de lidia.
En eso el chivo, que durante la charla logró atraerse y tragar casi sin masticar un manojo de alfalfa, recibió un par de fuertes varazos en los lomos de parte de su pastor, otro huesudo, escurrido de carnes, igual a él, adolescente y hambriento que junto con su rebaño ya ve cerca el final de su camino, verdadero tormento anual, que consiste en salir de su pueblo once largos meses para subir y bajar montes, pastoreando sus chivos, llevándolos por barrancas y laderas de los montes pelones en busca de hierbas y matorrales, que es el único alimento de los cabríos, aunque en los últimos ocho días del viaje su misión consiste en no permitir a los chivos comer una sola hierba, ni dejarlos tomar una gota de agua, dizque qué porque así la carne del chivo será más gustosa. Y para aumentar el suplicio, de su morral saca trozos y granos de sal que dicen que da al rebaño, que para a la hora del guiso, la chupeteada de los huesos y la poca carne que llevan adheridos, resulten más sabrosa.
Súbitamente, el tráfico comenzó a moverse. Autos y camiones reanudaron su marcha. Chofer y ayudante, rápidamente y de golpe cerraron las compuertas bajas de la alimentación, subieron a la cabina y el Torton, primero, lenta y luego de prisa comenzó a avanzar. Mientras el chivo, aún doliéndose de los golpes recibidos, se echó a un lado del asfalto, pues por lo intenso del tráfico no podían cruzar. El dolor de los golpes, el hambre y la sed le vencieron en forma de sueño y comenzó a cabecear. Dormitando, soñaba que viajaba en un enorme camión rojo de redilas, junto con buen numero de chivos y entre ellos grandes pacas de alfalfa, alimento en grano y abundante agua. Y él, como mayor de los chivos iba cómodamente sentado en una verde y húmeda paca, con la panza rebosante, las patas cruzadas, un brazo de apoyo por detrás de la cabeza, mientras pasaba una verde paja entre sus dientes. Soñaba que en las portezuelas del camión lucían la cara de un guapo, cachetón y barbudo chivo con un letrero que decía: “Transporte de chivos de lidia”.