El asesinato de Ricardo Guzmán Romero, presidente municipal de La Piedad, constituye un hecho lamentable que confirma una serie de acontecimientos todavía más emergentes: una curva ascendente en los niveles de violencia, el adelgazamiento del Estado de Derecho, ingobernabilidad, tensión sistemática de garantías y derechos fundamentales, así como inseguridad pública y grados de impunidad crecientes.
En una palabra, México atraviesa por la etapa más convulsa de su historia reciente: una serie de prácticas de reproducción pretorianas —salvajes— han “desbordado” el diseño institucional desatando la fuerza incontrolable de sistemas ilegales —cárteles, mafias, bandas, narcotráfico, crimen organizado, desobediencia civil, insurgencia sindical— capaces de poner en duda la capacidad del Estado mexicano para monopolizar los términos de la decisión política así como la fuerza legítimamente reconocida.
Desde hace varios años, desde 1994 por lo menos, México atraviesa por “tiempos de oscuridad” inéditos para nuestra memoria histórica: la llamada “consolidación democrática” ha corrido bajo los causes de una partidocracia mezquina y miserable; los comicios equitativos y trasparentes aunque se han convertido en el método por excelencia para la elección y selección de gobernantes, cada día están más sumergidos en el descrédito y el desacato; en tanto que el sistema de partidos ha resultado incapaz de ofrecernos un “proyecto de nación” sustantivo y diferente, lo que encontramos son discursos con matices “más o menos” asistencialistas y relativamente neoliberales.
Nuestra democracia se encuentra a punto de “saltar de un precipicio”. El Instituto Federal Electoral (IFE) ha dejado de ser un organismo ciudadanizado, autónomo y constitucional para convertirse en un “vulgar palenque” lleno de prebendas e intereses inocultables. De igual forma, nuestras libertades políticas y sociales se han reducido al paisaje de una postal posrevolucionaria, al tiempo que el ciudadano mexicano, amedrentado por los peligros de vivir en un estado de excepción, hace lo imposible por subsistir en un país francamente “darwiniano”.
No doy crédito a la realidad que a diario sufrimos. ¿En qué momento perdimos el rumbo del desarrollo político nacional? Las fuerzas armadas, ejerciendo labores de policía ante la inseguridad nacional creciente, militarizan el espacio público coartando libertades y garantías que en otras épocas eran improrrogables. El resultado es devastador: los casinos son incendiados a plena luz del día, los ríos escupen depravación y muerte, en tanto que la vida de gobernantes y gobernados hoy es presa fácil del terror simbólico y la masacre efectiva.
Los números siguen el curso de la banalidad y el absurdo: al momento se registran más de 50 mil muertos y 20 mil desaparecidos, y los números siguen aumentando. ¿Hasta cuándo saldremos a las calles con tranquilidad y armonía?, ¿cuándo será el día en que México despierte de este duro trauma agónico y desesperante para todos?
No sé ninguna de las respuestas, sólo espero que muy pronto.