No cabe duda que las aguas políticas nacionales estremecen las corrientes locales, o viceversa, en un país donde los gobernadores han cobrado un papel determinante en la vida política de México —empezando por el propio Enrique Peña Nieto, ejemplo por excelencia de qué tan lejos puede llegar una coalición regional— no se sabe a ciencia cierta dónde empezó el “tsunami político” de los últimos días.

Hace exactamente una semana el Consejo Universitario, máximo órgano de gobierno de la Universidad Autónoma de Puebla (uap), celebró una “sesión extraordinaria” con el objetivo de discutir “el posicionamiento político de la institución ante el proceso electoral federal”. En principio, la sola convocatoria destruyó toda posibilidad de ágora: la pluralidad de “los muchos, los otros y los distintos” inherentes a la comunidad universitaria más importante de la región, fue excluida —argucias del sistema representativo— por el acuerdo y la deliberación de un puñado de notables. En la realidad de los hechos, el objetivo era mucho más sutil y perverso: se trataba de recubrir de esencias democráticas una decisión previamente timocrática; el relato es parte de la anécdota, al rector Enrique Agüera Ibáñez por poco y “le tocaban las golondrinas” en el Salón Barroco del edificio Carolino.

La coyuntura se impuso y la incertidumbre ganó la partida. El rector, por necesidad más que por principio se quedó al resguardo de Ciudad Universitaria justo cuando la historia estaba a punto de repetirse —recordemos a Enrique Doger en 2004—, justo cuando muchos entonábamos “un réquiem por la autonomía universitaria”. Muy probablemente la “ruptura” del pri con el Panal y los reacomodos que una maniobra como éstas suponen, salvó la dignidad de la “res universitatis”. Es curioso, a veces la democracia arroja curiosas contrasentidos: ¿quién dice que Elba Ester Gordillo no ha hecho algo bueno por la educación pública en México?

Como resultado la prensa local —junto con la clase política— está obsesionada por el orden y la fórmula de la dupla priista rumbo al Senado de la República. Una vez más la polifonía conduce al ocaso del entendimiento. Analicemos algunas cuántas voces: a) Javier López Zavala ha sido estigmatizado por su “cercanía” con Mario Marín; error garrafal, es precisamente su vecindad con el exgobernador —quien sigue teniendo una cartera electoral nada despreciable— la única fuente de su fuerza; b) Blanca Alcalá haciendo política de género tiene la mayor ventaja sobre cualquier otro aspirante; una omisión a todas luces, con una cuenta pública sujeta a aclaraciones e investigaciones de todo tipo —que por cierto asciende a cerca de mil millones de pesos— colocan a nuestra exalcaldesa en una posición de desventaja inminente; c) como colorario está la idea perniciosa de que la postulación de Manuel Bartlett por las izquierdas causará una desbandada tricolor al partido de Andrés Manuel López Obrador. La inocencia de esta aseveración es descomunal, ¿quién hoy podría afirmar que el exgobernador cuenta —20 años después— con una cartera electoral propia?

En fin, a mí no me queda la menor duda: una suerte de “realismo mágico” se ha apoderado de nuestro pobre sistema político mexicano.