Este fin de semana termina la serie de televisión El Octavo Mandamiento dirigida por el talentoso Epigmenio Ibarra y producida por Argos México.
Aunque técnicamente lo es, me resisto a llamarla telenovela, por el peso y valor de su contenido político y periodístico.
En medio del mar de estiércol que inunda los hogares mexicanos con los culebrones de Televisa y Televisión Azteca, vale la pena reconocer el esfuerzo de Cadena Tres para soportar las producciones de Argos, en contra de los derroches técnicos y financieros de los dos gigantes de la televisión.
Precedida por dos producciones exitosas (El Sexo Débil y Las Aparicio), Epigmenio Ibarra se armó de valor para abordar dos temas por demás delicados en este país, en donde la inseguridad no brinda garantías a nadie.
Con habilidad, los escritores de El Octavo Mandamiento encontraron la puerta para ingresar al corazón de un periódico mexicano, el cual vive una permanente persecución gubernamental y en donde la primera medida para exterminarlo es la cancelación de la publicidad oficial.
Entrelazando historias de amor y desamor, esta serie abordó el tema de las mafias que abundan en los círculos políticos de nuestro país en torno al narcotráfico y veladamente toca a partidos políticos, al gobierno federal y hasta al narcotraficante más buscado del mundo, sin citar sus nombres.
Con gran habilidad, las plumas que dieron vida a esta historia destrozaron al partido del cambio, al ecologista, al procurador y de paso, al presidente de la República.
Pero lo mejor de la historia es la capacidad de Epigmenio para describir la vida de un rotativo nacional que apostó por revelarse a la fuerza del Estado. El recuento de los daños para el “Periódico Tiempo” refleja la peligrosidad de una batalla abierta contra el gobierno.
El parte de guerra es más que escalofriante: un boicot publicitario, una huelga sembrada, mensajes sicilianos y un reportero asesinado.
Sin duda, un valiente aporte el de esta producción que describe perfectamente lo que han padecido muchos diarios nacionales y locales.
Y en este contexto, hay que decir que Puebla no ha sido la excepción en este tipo de persecuciones.
La relación prensa-gobierno ha vivido momentos de tensión extrema en los últimos sexenios. Con la excepción de la libertad extrema de la que disfrutamos durante el gobierno de Melquiades Morales, los medios en Puebla —sobre todo los escritos— han sostenido tórridas batallas en aras de mantener posturas críticas en contra del gobierno.
Mariano Piña Olaya se dio el lujo de exiliar a cuando menos un par de periodistas; Manuel Bartlett hizo lo propio contra el periódico El Universal; de todo conocido es el affaire que Mario Marín tuvo con Lidia Cacho y en el ámbito local con el Diario Cambio; y en este sexenio me faltan dedos de las manos para enumerar los medios que sufren de una persecución por parte de Rafael Moreno Valle, incluido Intolerancia Diario.
Quizá sean las múltiples coincidencias entre los ataques a “Tiempo” y los que hemos padecido en el ejercicio de nuestra profesión las que me hicieron un asiduo veedor de El Octavo Mandamiento.
Por mera justicia, esta serie será la única que me atreva a recomendar en mi vida. Ojalá y estas producciones se multiplicaran para hacer conciencia social de la importancia de nuestro ancestral oficio.
Desde aquí mi reconocimiento a Cadena Tres y a Epigmenio Ibarra por la valentía para abordar temas que huelen a muerte.