Quienes iniciamos carrera partidista en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) desde muy jóvenes hemos sido testigos de las diversas etapas que ha tenido este partido político; avances, pero también retrocesos; errores, pero muchos aciertos; éxitos y fracasos; es decir, todos y cada uno de los componentes que construyen la historia de un partido que el 4 de marzo cumplió 83 años de su fundación.
A la luz de los estudios realizados en la academia, nadie puede negar las contribuciones a la historia de un país cambiante, heterogéneo y diverso como el nuestro, con el nacimiento del Partido Nacional Revolucionario (PNR) el 4 de marzo de 1929 por Plutarco Elías Calles, “para encarar el problema de la fragmentación política en múltiples cacicazgos políticos del país e imponer normas para transmitir el poder y la circulación de las elites”; convertido a partir en 1938 como Partido de la Revolución Mexicana (PRM) por Lázaro Cárdenas del Río, “para canalizar una dispersa movilización popular que frecuentemente se enfrentaba entre sí, y que al ser organizada y controlada contribuyó a apuntalar la fuerza del Poder Ejecutivo, enfrentado al poder tras las instituciones, al poder del jefe máximo de la Revolución”, y transformándose a Partido Revolucionario Institucional (PRI) un 18 de enero de 1946 durante el gobierno de Manuel Ávila Camacho, “a través de la creación del sector popular y la supresión del sector militar, instaurando una política de unidad nacional que consolida el mecanismo por medio del cual, el aparato del estado tendió a profesionalizarse, a liberarse de tensiones sociales y administrar la circulación de la élite política”.
La historiadora Alicia Tecuanhuey, invitada por la Fundación Colosio filial Puebla en mi época como presidenta, sostuvo “no hay duda de que la mayoría de los analistas políticos europeos y norteamericanos en el pasado reciente y lejano han sentido un gran respeto por el sistema político posrevolucionario que el PRI contribuyó a sostener y reproducir durante 70 años hasta que perdió la hegemonía en el año 2000”.
Este sistema —señaló— había “logrado impulsar el crecimiento económico, la estabilidad política y también había dado cuenta de tener capacidad para dosificar el cambio y absorber el conflicto social y político en México”, en contraste con lo que sucedía con el resto de regímenes políticos de los países latinoamericanos —salvo Costa Rica— era notable.
Las aspiraciones de justicia social, el programa nacionalista y la democracia fueron base y fundamento, y las políticas de los gobiernos posrevolucionarios fueron diseñando el programa, por la fuerza de las circunstancias que entonces prevalecían.
Los estudiosos reconocen también que la recuperación del crecimiento económico, entre los años cuarenta y principios de los setenta, tuvo que ver justamente con la conquista de la estabilidad política lograda por el PRI.
El año 2000 significó para muchos el “derrumbe del viejo sistema” como fue llamado; sin embargo, a 12 años tenemos la evidencia de que “los gobiernos del cambio” no pasaron la prueba.
A partir de entonces, los niveles de pobreza han ido a la alza, el campo está en el peor de sus momentos, la violación a los derechos humanos es cotidiana, la crisis alimentaria, la falta de empleos y la inseguridad, son solo algunos de los muchos etcétera que pueden hoy enumerarse y constatarse.
Por eso, escuchar en la sede nacional del PRI un mensaje con un gran contenido por parte del presidente nacional del PRI en la ceremonia conmemorativa al 83 aniversario de la fundación del PRI es, sin duda, esperanzador.
Esperanzador, porque a partir de la pérdida del año 2000, el PRI ha logrado enfrentar el reto de adecuarse como un partido eficaz, gobierna en 20 estados de la República, cuenta con 30 senadores y 239 diputados en el Congreso de la Unión, con 496 diputados a los congresos de los estados y con 1510 presidencias municipales, lo que lo hace un partido competitivo.
Esperanzador, porque al reconocer en voz de su dirigente nacional la “ausencia de política social”, la “ausencia de avances” que “el Poder Ejecutivo federal reduce su óptica a la represión armada” que “la agenda del país se ha postergado”, pero también la “obligatoriedad de un cambio generacional”, el “empobrecimiento de la política”, las “obsesiones electorales” está sentando las bases para la construcción de una nueva etapa que lo convierta en un partido moderno, con metas de desarrollo y justicia social y una bandera progresista; un partido con una nueva agenda nacional para superar problemas en condiciones de equidad; un partido, preparado para “cambiar todo lo que no funciona pero con contenido social y económico”, ya que como bien se sostuvo en el mensaje: “Nadie alcanza buen puerto, sino sabe a dónde dirigirse.” (Séneca)