Nuestra ciudad, a diferencia de muchas otras del país, tiene una rica tradición e historia urbana en sus barrios y colonias populares que circundan su Centro Histórico, otros más están un poco más alejados, pero todos son parte de la herencia cultural que nos dejó la colonia española.
En ellos se siguen preservando sus fiestas religiosas y sus identidades colectivas de quiénes los habitan. Entre sus vecindades existen miles y miles de historias. Los barrios poblanos son un símbolo urbano importante y válido para entender el desarrollo de Puebla y su historia.
Déjenme comentarles un poquito del barrio de Santiago, del cuál sigo siendo su habitante hasta que la mancha urbana me excluya y bote hacia una orilla de la ciudad. En la calle 9 Poniente, entre 17 y 19 Sur, estuvo una monumental plaza de toros, donde vivió don Gonzalito con su familia. Era increíble entrar a ver la plaza, estaba muy grande y cuando había corridas de toros nos colábamos. Otras veces nos dejaban entrar al penúltimo toro. Nuestras familias se arremolinaban, junto con algunas mujeres muy hermosas de esos tiempos para ver salir a los famosos toreros en sus trajes de luces y en sus coches negros.
En días previos a la corrida, don Gonzalito nos daba “chance” de entrar a ver a los toros desde unas mirillas. Otras veces nos daba permiso de jugar en la plaza e imaginar que éramos toreros.
Cuando había toros las calles se llenaban de carros y la vendimia le daba colorido al barrio, después la tiraron y ahí construyeron almacenes Blanco, donde actualmente funciona otra tienda de autoservicio.
En la 15 Poniente y 19 Sur estuvo la fábrica del Triunfo, aún sigue ahí su cascaron. Todos los días llegaban muchos obreros que vivían en el barrio y de otras colonias. Su silbato sonaba muy duro y anunciaba la hora de entrada de los turnos. Los trabajadores se sentaban en las calles esperando entrar. En la tarde llegaban las mujeres con sus bolsas de comida para entregarla a sus esposos.
Sobre la 13 Poniente y la 21 Sur estuvo un colegio de jesuitas, ocupaba toda la manzana, tenía un campo de futbol de tierra y algo de pasto. Los sábados y domingos por la tarde el padrecito nos abría las puertas para que entráramos a que jugáramos una “cáscara”. Él se sentaba en una orilla y nos miraba. Cuando terminábamos nos daba un refresco o dulces.
El campo de La Piedad siempre fue de tierra. Ahí llegábamos a jugar los fines de semana “chavos” de varias colonias.
La iglesia de Santiago fue famosa por su párroco al que le decían el “Chanclas de Oro”. También había otro cura español que se dormía cuando nos confesaba. Los días de fiesta del santo Santiago Apóstol eran muy alegres y festivos: había juegos mecánicos, futbol, luchas y muchos puestos. En diciembre organizaban las posadas y todos íbamos por los aguinaldos que ponían los vecinos, echábamos relajo con los cánticos y luego a rompíamos piñatas.
En el barrio siempre hubo muchas vecindades, todos nos conocíamos, todos éramos vecinos, había muchos tiendas y nadie era “broncudo”, salvo los de la 19. Los sábados en varias calles siempre ponían puestos de gorditas, molotes y chalupas.
Hubo una cantina muy conocida llamada “Los Tres Caballeros”, donde siempre llegaban los adultos del barrio a echarse la copa.
Sobre la 21 Sur y la 19 Poniente también funcionó una pulquería que se llenaba de “compas” albañiles. Por cierto, la peluquería en donde a todos nos llevaban nuestras madres para pelarnos a “casquete corto” todavía existe.
En la 25 Poniente y la 15 Sur estuvo el parque de beisbol de la CFE, el cual tenía unas gradas atrás de home. Los domingos llegaban buenos equipos a jugar y el graderío lucía lleno. Siempre había tres juegos.
El paso del tiempo fue implacable, la plaza de toros desapareció, las fábricas de textiles quebraron y la mancha urbana empezó a devorarnos.
¡Vaya fatalidad la nuestra! Pronto el barrio de Santiago se empezó a convertir en una zona estudiantil cuando la UPAEP decidió instalarse en donde antes estuvo el Colegio Oriente. Pronto, muy pronto empezó a crecer como dormitorio estudiantil, y los pequeños negocios y comercios aparecieron como hongos.
La gente empezó a abandonar sus vecindades porque éstas encarecieron sus rentas. Los servicios como el agua escasearon y el flujo vehicular se incrementó al cien por ciento.
La universidad siguió creciendo, empezó a comprar casas, muchos jóvenes estudiantes de otros lugares del país la habitaron, sus hábitos chocaron con los del barrio y nos ganaron. Hoy es un “desmadre”, hay muchos bares, el tránsito se volvió insoportable y el barrio cambió. Está a punto de desaparecer.
Los caseros abusivos subieron las rentas y en las vecindades construyeron departamentos para señoritas y varones. Los locales se abrieron por doquier y las calles están llenas de estos pequeños negocios: cantinas, botaneros, comederos, copiadoras y negocios de tacos.
La UPAEP se ha adueñado de todo el barrio de Santiago y su rivera, violentó la zona y actualmente sigue construyendo por donde quiera. El uso del suelo se encareció, la violencia se ha incrementado. Hace años dijo que tenían un proyecto para rescatar el barrio y nunca supimos más, sólo construyen y compran casas del barrio.
Hoy pasan más de diez rutas sobre la 19 Sur, la 11 y la 13 Poniente. Antes sólo pasaban dos o tres.
El barrio de Santiago está a punto de desaparecer y nadie hace nada, la tranquilidad de hace tiempo desapareció junto con el agua, ningún coche cabe en su calles y las diferentes administraciones municipales les siguen concediendo todo tipo de permisos para obras.
Hoy sólo arreglan la 21 y la 23 Sur, pero las demás calles no tienen ni alumbrado público. Hicieron un supuesto rescate del barrio otras administraciones y han quedado inservibles. Cuando uno hace un trámite municipal para evitar los abusos de los negocios y el escándalo que generan, nadie nos pela. Una parte de la historia de la ciudad está a punto de morir. Es triste que el barrio de Santiago termine por desaparecer.