Víctimas de una evidente desesperación, los panistas han caído en la ofensa como parte común de su campaña.
Una muestra la tuvimos ayer, cuando el líder estatal del PAN dijo textualmente: “No tiene con qué gobernar, más que con una carita que también pronto se le va a acabar porque en Puebla le vamos a romper su cara”. Sin duda, los números no deben tenerlos nada tranquilos, pero la afirmación de Mondragón es sintomática de la impotencia que sufren los panistas.
Y en el caso de Juan Carlos su posición es más que entendible. Él fue parte de los consentidos del panismo nacional y regresó a Puebla como el niño prodigio de la ultraderecha poblana. Como líder estatal, apostó por Rafael Moreno Valle y disfrutó la victoria del 4 de julio de 2010.
A dos años de distancia, es visto como un “apestado” por los morenovallistas, pues no alcanzó candidatura plurinominal y su única opción para subsistir en la política sería el triunfo de Josefina Vázquez Mota. Sin duda, un escenario desolador.
Eso explica todas sus angustias. Y créanme que no son para menos.

Ardelio Vargas, rebasado
Aunque el morenovallismo se empeñe en negarlo, la realidad es que el tema de la seguridad sigue fuera de control en Puebla.
Cada vez son más las acciones gubernamentales que demuestran la incapacidad del secretario de Seguridad Pública, Ardelio Vargas, así como las dudas que rodean los procedimientos (caso Agnes Torres) de la Procuraduría General de Justicia.
Lo sucedido este fin de semana en el municipio de Chietla refleja la falta de capacidad operativa por parte de la dependencia de Vargas Fosado, que no pudo ingresar a la población y cuya población terminó linchando a tres secuestradores.
Existen elementos que demuestran que las fuerzas policiacas del estado no entraron a Chietla debido a que los habitantes del lugar estaban “levantados en armas”, dispuestos a terminar con la vida de los plagiarios.
Relatan que en una primera instancia, después de darles una tremenda golpiza, les aplicaron la “ley fuga” diciéndoles que corrieran y que si escapaban los dejarían libres. En plena carrera, les dispararon por la espalda, privándolos de la vida.
El tercer linchamiento se dio un día después, muriendo uno de los secuestradores por los golpes que le dieron a lo largo de dos días.
Si bien es cierto muchos desean lo peor para delincuentes como los que sucumbieron ante la ira de los habitantes de Chietla, también es cierto que la acción de la justicia no puede ser ejecutada por una turba de indignados.
En esta ocasión, la displicencia gubernamental provocó que un grupo de pobladores de Chietla se ensuciaran las manos convirtiéndose en asesinos.
Si de verdad el gobierno morenovallista quiere hacer valer su lema “nadie por encima de la ley”, es imperante una reflexión sobre este lamentable hecho.
¿O acaso esta frase tiene como fin exhortar a los poblanos a hacerse justicia por su propia mano?