Mucho revuelo ha causado en los medios la muy difundida noticia de la lesión que sufriera en la cadera quien detenta la corona de España y que por ello lleva sobre sus hombros diversas responsabilidades, entre las que destacan de manera importante presidir diversas fundaciones, sociedades mil y muchas de las llamadas “oeneges” que descansan y se apoyan en la corona como figura de patronazgo.
El estamento de la monarquía con el rey a la cabeza pertenece a estas organizaciones ilustres y les da gran renombre, fundamentalmente las que dedican sus acciones a la beneficencia o a la protección del planeta, la ecología, reservas ecológicas y diversas especies de animales en extinción. Pues bien, quien lleva la representación como figura máxima de las sociedades protectoras de animales, Juan Carlos, el Borbón, ha sufrido tremendo desliz, un resbalón o tropiezo cuando se encontraba en un “safari", cacería de elefantes en Botswana, país ubicado al sur del continente africano (por cierto, que una turne-safari en esos cotos o "reservas de caza" cuesta más que el salario que percibe en un año la mayoría de los ciudadanos hispanos).
El hecho no tendría mayor importancia si no hubiera ocurrido, precisamente durante una cacería que implica un fuerte gasto aunado al uso de armas de muy alto poder, además de toda la parafernalia que acompaña a este tipo de safaris, pues para matar a un elefante se requiere de un certero tiro de alto calibre que penetre al cerebro, en el cráneo por detrás del enorme pabellón auricular. Imagine usted lector, cercar primero y arrear al enorme animal para que durante la persecución se pueda disparar por detrás y en diagonal al sitio indicado por donde debe entrar el proyectil expansivo.
Por supuesto que el rey tiene derecho a privacidad y dedicar su tiempo a las actividades de esparcimiento que más le plazcan, pero en este caso en el que con escopeta en mano se atenta contra la vida de ejemplares que están no sólo en peligro de extinción, sino que además son merecedores de la admiración y respeto por parte de nosotros los humanos de todas la edades y condiciones sociales, ese es el caso de los elefantes, la tal cacería reviste entonces seria gravedad.
El mundo está en espera de al menos una explicación, sino es que una disculpa pública por parte del rey —así lo ha hecho al abandonar el hospital, el miércoles 18—.
“Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir”, exponiéndose a la dura crítica. De facto, ya está ocurriendo y circula el “antirefrán”: "El que no este no libre de pecado, perdió su silla" y “Carta de un elefante al rey de España”. El País.
Son horripilantes las imágenes fotográficas de un cazador con las patas —recordemos que el hombre es un bípedo implume— enfundadas en ajustadas botas monteras que con desfachatez y actitud de prepotencia se apoyan en el cuerpo o restos de un león africano de hermosa melena o un tigre de bengala en bellísima piel de rayas, negro y naranja.
O más dramáticamente ofensiva resulta la foto del cazador junto al grácil y bello cuerpo de una gacela muerta de un tiro en la cabeza, en el esbelto cuello o más criminal y certeramente con el disparo cerca del corazón. Y de verdad es horrenda la foto del rey con el rifle de alto calibre todavía humeante, posando con los restos del bello elefante a sus pies.
Aunque en este caso, algún comentario de los que ya circulan en las redes sociales agregó que igual “tropezó con la trompa del paquidermo”. Sin duda, que al menos para quien esto escribe, no existe cosa más repugnante que una fotografía con el pescador con su ridícula vestimenta, cómodamente sentado en el sillón soportado con gruesas correas y reforzados arneses, incluido cinturón de seguridad, ubicado en la popa de un elegante bote, luchando contra un indefenso pez vela que al final muere ahogado, asfixiado, pues sus branquias no le permiten respirar fuera del agua, muriendo también angustiosamente por los desgarros y lesiones que le producen los tres o cuatro enormes ganchos del anzuelo que engañosamente ha mordido atraído por la carnaza usada de señuelo.
Misma absurda y ofensiva foto del pescador cuando “posa” junto al cadáver de su trofeo, al lado de la báscula y medidas que han registrado para el cobarde “torneo”; peso y talla del pez atrapado de manera tan ventajosa.
Es indudable que estas manifestaciones de agresión a los nobles animales persisten y subsisten junto con las peleas de gallos y las más carnívoras, que son las peleas de perros. Pero nadie, nadie, osa inventar o iniciar movimientos que deriven en acciones prohibitivas de estas prácticas.
Solamente surgen este tipo de iniciativas contra la fiesta de los toros, aquellas que Federico García Lorca llamó la “mas hermosa manifestación festiva de la humanidad”. Será acaso porque cualquier agresión o intento de lo mismo encuentra aquí, por ejemplo, en el cruce de la avenida de los Insurgentes con Circuito Interior un mejor escaparate para “dejarse ver”.
Aunque en el caso que da tema a este comentario, al rey de España de seguro que no le hubiera gustado dejarse ver, cosa que ya ocurrió cuando el mundo entero se ha enterado de lo qué SM andaba haciendo por esos parajes de África, rifle de alto poder en mano.
De toros, caza, pesca y el rey
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