Recuerdo perfectamente esa nube de fotógrafos que buscaba atrapar una imagen de un personaje que radiaba energía en cada paso que daba. “Macho, dinos algo”, le gritaban los reporteros, respondiendo con alguna de esas frases que sólo a los genios como Alí, McEnroe, Maradona o al “Pana” se les puede ocurrir. De repente, el boricua se detuvo y externó “gózenme, soy real”. Y con esa frase les regaló unos instantes a los hombres de la lente para que llevarán a sus redacciones la foto de portada del día siguiente.
Era la mañana del 15 de diciembre de 1993 cuando vi por primera vez al legendario Héctor “El Macho” Camacho. El doctor Germán Winder y este columnista nos encontrábamos en el lobby del hotel Mesón del Ángel, a la caza de una entrevista con el campeón puertorriqueño.
Fue el internacional réferi mexicano Lupe García quien intercedió para que el irreverente púgil nos diera la entrevista. “Mañana a las siete, si no llegan temprano se la pierden”, dijo tajante el manager del “Macho”.
Puntuales a la cita, llegamos al hotel en espera del encuentro. Tras una hora de retraso, “El Macho” salió enfundado con unos pants negros con capucha, invitándonos burlonamente a correr con él. Sobra decir que por obvias razones decidimos esperar su regreso para concretar la entrevista.
A su retorno, con señas nos hizo seguirlo a su habitación, en donde lo esperamos para que se duchara junto con todo su equipo técnico. De momento, “El Macho” salió boxeando del baño totalmente desnudo, ante la carcajada de su gente que vieron nuestros rostros de asombro.
No podía ser distinto, estábamos ante “El Macho” Camacho.
Y así, encuerado, le hicimos la entrevista.
—“Macho”, cómo te tratan los mexicanos?
—Aquí muy bien, pero en Las Vegas todos me dicen: “Macho puto”, “Macho puto”.
—Oye “Macho”, estamos al aire.
—Pues qué quieren, así me dicen: “Macho puto”.
Hay que recordar que en aquel entonces, el autollamado mexican killer —por la larga lista de peleadores aztecas que sucumbieron ante sus puños— había perdido esa racha al ser noqueado por JC Chávez en una de las peleas más vistas de la historia.
—¿Y qué piensas de Julio César Chávez?
—Que tuvo suerte, pero yo sigo siendo el mejor y el más guapo.
Así transcurrió una larga entrevista y un inolvidable fin de semana en donde “El Macho” nos adoptó a Germán Winder y a mí, como si fuéramos sus amigos de la infancia.
Con boletos de ringside, a un lado de Don King, vimos cómo Chávez y Camacho se alzaron con la victoria en sus respectivos combates.
Y aunque la del “Macho” sólo duró un round, nuestro efímero amigo nos recibió en el vestidor para autografiarnos los guantes del knockout.
Al despedirnos, se quitó las calcetas escurriendo en sudor y nos dijo “éstas también son para ustedes”.
De camino a casa, Winder y yo nos repartimos los guantes, mientras el par de calcetas durmieron en un frío basurero del estadio Cuauhtémoc.
Ése es el “Macho” que conocí hace 19 años, y al que hoy prefiero recordar.