No entiendo por qué algunos políticos tienen la mala costumbre de autopromoverse como aspirantes a un cargo de elección popular y con ello denigrar, aun más, los procesos electorales. Tengo la firme convicción de los cambios que se requieren para lograr mejores perfiles de aspirantes y, por tanto, mejores gobernantes. Sin embargo hay quienes, sin recato alguno, levantan la mano con el enorme cinismo por delante y la poca memoria política que les caracteriza.
Víctor Giorgana, exdiputado local, exfuncionario en la administración de Blanca Alcalá y exlíder del Revolucionario Institucional, simplemente enloqueció. Alguien le hizo pensar, creer y hasta asegurar (pudo ser él mismo) que tiene posibilidades no solo de convertirse en el elegido del tricolor para recuperar la capital poblana sino el mismísimo redentor del ejercicio de la política y, por qué no, el único que no ocasionaría divisiones dentro de su partido.
Camiones, espectaculares y hasta carruseles en los medios de comunicación —incluida la televisión abierta— son algunos de los escenarios que ocupa con el fin de demostrar lo antes expuesto. Lo que el señor Giorgana no sabe es que, aunque navegue con bandera de víctima, los que lo conocen (no se incluye a ciudadanos de a pie, pues no tienen idea de su existencia. Si lo duda, que vea las encuestas) saben de qué pie cojea.
Ahora el flamante aspirante a candidato a presidente municipal de Puebla pide, exige pues, un proceso interno justo y equitativo. Un proceso en el que “no solo se tome en cuenta el nivel de conocimiento e intención del voto de las encuestas, sino la carrera política, el liderazgo social y la unidad”. Quien las hace no las consciente, dirían las mamás de todas las épocas. Acaso ¿ya olvido Víctor Giorgana cómo se hacen las cosas dentro del partido que él mismo dirigió? Que corta memoria tiene.
Ayer solicitó públicamente que uno de los punteros en las encuestas, Enrique Agüera Ibáñez, defina si tiene o no aspiraciones. Que diga si quiere o no buscar la alcaldía de Puebla. Pidió también que la elección del candidato no sea con base en relaciones personales, en obvia referencia al empresario José Chedraui, amigo cercano del presidente Enrique Peña Nieto.
Oiga usted, ¿y la calidad moral dónde queda? Nada más pregunto.
Es evidente que la desesperación de Víctor Giorgana por tener un hueso dentro del próximo proceso electoral lo orilla a ponerse en un papel de víctima, que lo único que provoca en que incluso sus propios compañeros “de sector y de partido” sientan pena por él. La propia Blanca Alcalá, senadora de la República, amiga personal y jefa de nuestro personaje, se deslindó de las aspiraciones del originario de Huauchinango. Bueno, con decirle que el único apoyo que hasta el momento tiene Giorgana es el de su propia asociación: Va por Puebla.
¿No le da pena? Pregunto.