Casi desde la invención de la TV, hablamos de cuando sólo era en blanco y negro, las transmisiones de las corridas de toros fueron motivo de polémica y grandes discusiones, fundamentalmente: ¿Qué si las transmisiones quitan asistencia a las plazas? Y, ¿qué si pasarlas por TV es una ayuda a la difusión de la fiesta?
La primera pregunta no encuentra respuesta en nuestros días pues, si bien las transmisiones se iniciaron allá por los años cincuenta del siglo pasado, lo cierto es que simultáneamente a que se transmitían los festejos, el mismo domingo, los dos cosos, el de Insurgentes, La Plaza México, y en el de Cuatro Caminos, "El Toreo", lucían llenos absolutos, de los llamados “entradones hasta el reloj", y lo más importante es agregar que muchos de estos llenos eran con carteles de los novilleros entonces "punteros".
En la capital, las plazas se llenaban, y en provincia y aledaños del D.F., después de comer, los domingos las familias enteras se reunían en torno al televisor, cautivados por la corrida, los actuantes y, ¡oiga usted!, escuchar al genial Francisco Rubiales, Paco Malgesto. Definitivamente, los tendidos de las plazas, llenos a reventar, las salas de casas, de clubes, cafés, restaurantes y bares, con multitudes frente a la TV.
Conclusión
La teletransmisión no alejaba a la gente de las plazas, y por supuesto que ayudaba ―y en mucho― a la difusión de la más bella de todas las fiestas.
Hoy, el problema es otro y muy distinto, de ¿qué si la TV ayuda a la difusión de la fiesta? Eso es evidente. Al otro día de que un coletudo sufrió tremenda voltereta, o un torero salió huyendo con los pitones del toro tras de él, o un toro saltó al callejón, o voló hasta el tendido, de ello se entera y comenta todo mundo, independientemente de en qué plaza, incluso del extranjero haya ocurrido lo comentado por todos, pero la gente no va las plazas, ante evidentes buenos carteles la afición no acude, muchos prefieren quedarse en casa, en ropa cómoda, pants y sandalias, y con las chelas bien frías y los refrigerios —léase: botanas, memelas y similares—, a un lado y frente a la televisión. La falta de arrastre, de atractiva personalidad, de verdaderos ídolos, son los argumentos de medias o muy flojas entradas.
Pero, hoy con Internet y mucha oferta de paquetes para contratar por cable, o las ondas del cielo Sky, aficionados, muchos de ellos jóvenes, pero todos de reciente cuño, pasan las horas viendo las corridas de allá, y esto nos lleva a un nuevo problema de ubicación, de muy difícil ―yo diría imposible― solución.
El planteamiento del problema es que ven las corridas, los encierros, todos con edad. Recordemos que en los herraderos de las ganaderías en España se encuentran presentes la autoridad de la comunidad correspondiente y la Guardia Civil, que dan fe de las fechas de nacencias de las reses. Los toreros actuantes, en las principales ferias, cobran en euros cantidades que jamás podrán pagárseles por estos rumbos.
Lo más grave es que el aficionado espectador, desde su sala de TV, pierde la noción de su ubicación geográfica, digamos que se le desconecta su “gipíes” y ya no sabe dónde está, y luego cuando acude a nuestras modestas y humildes plazas de toros, muchas de ellas en condiciones de lastima —ver El Relicario—, quiere que por la puerta de toriles salgan los mismos toros o toros con los pesos, edad y trapío que vio en Tendido Cero o en el link que le pasaron, para ver las corridas de por allá.
Y no aprecia ni valora que el precio que está pagando por la localidad que ocupa, no es ni la décima parte de lo que se paga en las plazas de allá. Esa es la realidad del problema: ven lo que sale en Madrid, Sevilla y Bilbao, y quieren ver lo mismo en la Monumental de Xalostoc o en la de ruidosas y oxidadas gradas de metal en nuestro Relicario. Adendum: ¡Que ojalá luzca digno en la ya próxima Feria de Mayo!
La torovision

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