La ya famosa y absurda resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en la que se prohíbe el uso de las palabras “puñal” y “maricón”, por considerarlas como homófobas, sigue generando textos entre los intelectuales del México moderno, los cuales difieren en grado superlativo, con la aberrante decisión del máximo órgano jurisdiccional de nuestro país.
El pasado domingo, en el periódico suplemento Confabulario del periódico El Universal, Sergio Téllez-Pon se adentra en el mundo de las palabras para explicar las razones de su inconformidad con los ministros de la Corte, los cuales no sólo se excedieron en sus funciones, sino que atentaron contra uno de los tesoros más valiosos que tenemos: el libre manejo del lenguaje.
Téllez-Pon se une a las posturas de reconocidos personajes como el ministro José Ramón Cossío, Jesús Silva-Herzog Márquez, Jaime Labastida y de otros intelectuales a través de una seria postura, de la cual me permito retomar algunos fragmentos.
 
De Maricón, puñal y otras joterías
En marzo pasado, la Suprema Corte de Justicia de la Nación resolvió que los términos “maricón” y “puñal” son homofóbicos, discriminatorios y no van acorde con las leyes de un país plural y democrático, así que prohibió su uso. Lo curioso del caso es que quien interpuso el recurso de inconstitucionalidad ante la Corte no fue un gay sino un periodista de Puebla quien fue calificado con esas palabras por un colega desde su columna. Ante la resolución, el presidente en turno de la Academia Mexicana de la Lengua, el poeta y editor Jaime Labastida, no ocultó su molestia pues consideró que la Corte se había extralimitado en sus funciones ya que no le corresponde regular el uso de nuestro idioma.
La expresión más alta de una cultura es su lengua. Y dentro de ella hay infinidad de calós de grupos o minorías que la enriquecen, uno de ellos es la jerga gay. 
Desde luego, la amplitud lingüística no se puede abolir con una resolución: la traductora al danés de Roberto Bolaño me contactó hace tiempo porque un párrafo de Los detectives salvajes le era particularmente complicado:
Dentro del inmenso océano de la poesía distinguía varias corrientes: maricones, maricas, mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfos y filenos. Las dos corrientes mayores, sin embargo, eran la de los maricones y la de los maricas. Walt Whitman, por ejemplo, era un poeta maricón. Pablo Neruda, un poeta marica. William Blake era maricón, sin asomo de duda, y Octavio Paz marica. Borges era fileno, es decir de improviso podía ser maricón y de improviso simplemente asexual. Rubén Darío era una loca, de hecho la reina y el paradigma de las locas. (Anagrama, 2004, p. 83.)
¿Cómo distinguir tantas categorías?, era su duda. Por supuesto, no pude darle la definición exacta que ella buscaba porque no hablo danés, así que me limité a explicarle cada una, que las entendiera para que ella misma se esclareciera y buscara la palabra adecuada. “Mariquitas” es la feminización de maricón; “mariposas” se usa para llamar a alguien muy flamboyant, un gay muy obvio, muy femenino; “ninfos” viene seguramente de “ninfas” o tal vez de “nefando”, hay una novela de José Tomás de Cuellar que se llama Chucho el ninfo (1871). “Marica”: desde una visión muy machista un poeta es casi un maricón (porque su labor es cursi), aunque no lo sea. Y Rubén Darío era una “loca” porque pertenece al siglo XIX, un siglo muy camp, muy amanerado, más en un sentido estético que un sentido sexual: camp, según Susan Sontag, es algo estéticamente afeminado, como las películas de Visconti, donde la escenografía es evidente de una loca, llena, saturada de arreglos y ornamentos, justo como la poesía de Darío. Finalmente, le dije, sería interesante consultar la versión al inglés de la novela de Bolaño para ver cómo resolvió el traductor ese párrafo sin usar gay u homosexual (seguramente usó faggot, queer, faeries, flamboyant, queens…). Por fortuna, me dijo ella, tenía un hijo gay que con la descripción podía ayudarla a encontrar las palabras exactas.
La resolución de la Corte sólo es una muestra más del absurdo al que ha llegado el lenguaje políticamente correcto. Una lengua viva, con su abundante vocabulario, es imposible apresarla con normas o leyes.
 
Tras esta cita, que se suma a muchas otras que coinciden en la arbitraria y absurda resolución de la Corte, confirmo que los términos utilizados en la columna que originó la demanda de Armando Prida en mi contra fueron perfectamente utilizados.
Ni más ni menos.