Hoy que se cumplen 28 años del terremoto del 85, que innumerables pérdidas humanas y devastación dejó en la capital del país, los mexicanos estamos inmersos en una desgracia natural en la que nuevamente las autoridades son cómplices. 
Difícilmente, la historia registra la entrada de dos fenómenos meteorológicos al mismo tiempo, uno por el Atlántico y otro por el Pacífico. Pese a que muchos pertenecemos a generaciones que crecimos con la cultura de la protección civil, los gobiernos municipales, estatales y federal continúan con la incapacidad de resolverlos. Los recursos del Fonden no pueden ejercerse de inmediato y es la solidaridad de los mexicanos la que rescata al necesitado. 
El Fondo Nacional de Desastres Naturales mantiene la inoperancia de siempre y genera, por tanto, cuestionamientos sin respuesta. ¿Para qué le serviría, por ejemplo, a los damnificados de Guerrero que los recursos lleguen en diciembre o enero, si lo urgente es reactivar el desarrollo?
O peor aún, cuánto se ha dicho que no debe construirse en barrancas, cauces de ríos o lugares que fueron rellenos sanitarios, y precisamente es en esas zonas donde se registra la mayor parte de las desgracias. Todo ello como consecuencia de la complicidad de las autoridades o la falta de aplicación de la ley en el desarrollo urbano de las ciudades o poblaciones. 
¡Señores, por favor!
¿Hasta cuándo vamos a aprender los ciudadanos y las autoridades que la naturaleza siempre, siempre, será superior a nosotros?