Día del Libro… en estos días en que los libros han perdido a uno de sus más grandes creadores: Gabriel García Márquez, debemos leerlo con mayor frecuencia e intensidad pero, primero, debemos entenderlo; entenderle es compenetrarnos en su literatura de Realismo Mágico, la magia de lo increíble, de lo que sólo mentes cómo las de Gabo pueden pensar y llevarnos al papel. De lo imaginario a lo real. Aquello que ocurre cotidianamente a nuestro alrededor, pero que solamente la genialidad narrativa de García Márquez pudo regalarnos en el texto escrito; la magia de sus libros. Macondo se habría de convertir en capital mundial de lo fantástico, y él, a la vez; real narrador omnisciente que conoce todo y que nos dice: “Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y caña brava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”. Los tiempos en pretérito y presente se entremezclan de manera magistral y el escritor, narrando en tercera persona, nos lleva hasta el pensamiento del protagonista. El párrafo entrecomillado que precede es el inicio de un libro escrito por cien años que ahora vivirá para mil años de lectura. En los funerales de la Mamá Grande inicia el desfile de personajes tan increíbles como cotidianos. Ella misma, la Mamá Grande, es la representación del matriarcado, aún tan presente y hegemónico en nuestros pueblos, y llega a ser tal su importancia, poder y fama, que a sus funerales acuden el presidente de la República y el papa de Roma. Aparecen personajes tan lunáticos como Rebeca Buendía, la viuda de José Arcadio, un aventurero que se fugó de joven con unos gitanos y había dado la vuelta al mundo 63 y murió de forma misteriosa. Rebeca llegó al pueblo trayendo una bolsa con los huesos de sus padres.

Lo realmente mágico lo encontramos en unas cuantas líneas en El amor en los tiempos del cólera, cuando en el jardín de su muy costeña casa en Barranquilla el Dr. Juvenal Urbino le gritaba a su loro —Lorito Real—: “Sinvergüenza”. Y éste le respondía: “Más sinvergüenza serás tú doctor”, con pronunciación perfecta... El loro saltó a una rama contigua un poco más alta. Y así empezó la persecución: el loro ascendía y el doctor Urbino avanzaba por la escalera: “Subió el tercer travesaño y el cuarto enseguida, pues había calculado mal la altura de la rama y entonces se aferró a la escalera con la mano izquierda y trató de coger al loro con la derecha. Digna Pardo, la vieja sirvienta que venía a advertirle que se le estaba haciendo tarde…vio de espaldas al hombre subido en la escalera y no podía creer que fuera quien era de no haber sido por las rayas verdes de los tirantes elásticos.

”¡Santísimo Sacramento! —gritó— ¡Se va a matar!

”El doctor Urbino agarró el loro por el cuello con un suspiro de triunfo: ca y est. Pero lo soltó de inmediato, porque la escalera resbaló bajo sus pies y él se quedó un instante suspendido en el aire, y entonces alcanzó a darse cuenta de que se había muerto, sin tiempo para arrepentirse de nada ni  despedirse de nadie, a las cuatro y siete minutos de la tarde del domingo de Pentecostés”.

El que esto escribe recuerda los momentos en que, boquiabierto con el libro en las manos, meditaba sobre la agudeza cognoscitiva del nacido en Aracataca, agudo observador que habla de los niños que en Macondo, nacen con los ojos abiertos como si, asombrados, reconocieran al verlo un mundo que ya contemplan desde dentro el útero. Y aquella malformación congénita, muy frecuente en los pueblos debido a la consanguinidad por los matrimonios entre parientes; y eso ocurría entre los Buendía, los recién nacidos de estas uniones traen el defecto de un cierre incompleto de la columna vertebral a nivel sacro lumbar, lo que permite la salida de estructuras de la médula y neurales, defecto que se llama “Espina Bífida” y que Gabo describe con genialidad cuando los niños muchos de los Buendía, que nacen con “cola de cochino”, achacando esto no al parentesco de los padres, sino a un castigo divino por las conductas irreverentes, incestuosas y non santas de los padres.

El tiempo pasa, todo transcurre y García Márquez observa y describe todo con exactitud cronométrica como en el caso de Florentino Arista, quien vivió por mucho tiempo con la esperanza de que algún día muriera el doctor Juvenal Urbino, y tal cosa ocurrió, y así lo hemos leído líneas arriba dejando en la viudez a Fermina Daza y permitiendo que Florentino se presentara a ella el mismo día del funeral y, sombrero en mano, le declarara su amor: “—Fermina —le dijo—. He esperado esta ocasión durante más de medio siglo para repetirle una vez más el juramento de mi fidelidad eterna y mi amor para siempre”.

Todo ese tiempo Florentino había tenido que esperar, teniendo que cruzarse de acera en la calle: “… para que no le vieran las lágrimas que ya le era imposible soportar, no desde la media noche, como él creía, porque éstas eran otras: las que llevaba atragantadas desde hacía cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días”.

Más antes en el mismo libro, durante el viaje de bodas del Dr. Urbino con Fermina, en un barco de vapor que les lleva en luna de miel a Europa… el texto que sigue quita el sueño:

“Él fue el primer hombre al que Fermina Daza oyó orinar. Lo oyó la noche de bodas en el camarote del barco que les llevaba a Francia, mientras estaba postrada por el mareo, y el ruido de su manantial de caballo le pareció tan potente e investido de tanta autoridad, que aumentó su terror por los estragos que temía”.

Y aquí la dejamos, convidando a ustedes inquietos lectores a subirnos al libro del vapor del viaje de bodas de Juvenal Urbino y Fermina Daza, que navega con proa al viejo mundo en las páginas de El amor en los tiempos del cólera.

Foto: Agencia Xinhua