Defensor de la fiesta con argumentos sólidos, producto de una mente pensante, el Nobel de Literatura fue aficionado a los toros y con frecuencia se le veía en los callejones, barreras cercanas al ruedo y en el ruedo mismo, como se muestra en las fotos de la laza Las Ventas, o en “su” Santa María de Bogotá, en esas plazas de Dios en Colombia, México, España, a donde gustoso asistía y recibía el cariño de la afición, o como aquella vez en la Feria de San Isidro, en que José Miguel Arroyo “Joselito” le brindó un toro en 1996, hecho que como notica dio la vuelta al tauro planeta, y fue motivo para Joselito de leer en un solo tirón Cien años de soledad.
Más recientemente, en febrero, el 8, en Aguascalientes se le vio en el mano a mano entre Julián López “El Juli” y Joselito Adame, y a los 87 años de edad.
Desde su primeros años de vida reporteril periodística a su ingreso en 1946 al Espectador, diario colombiano que en 1954 le envía como corresponsal a Europa, por cierto al cierre, por razones de persecución política del diario, se queda en las Europas con una mano delante y otra por detrás. Ya había entonces cubierto todas las fuentes y deja testimonio de su paso por la crónica taura, de su debut “de luces” en una crónica, extensa, pero rica, muy rica en detalles sobre la vida de un torero caleño; un documento para la historia, eso es lo publicado en torno a la personalidad del torero paisano suyo y que bien puede ser considerado torero de época: Joselito, el llamado “Joselito de Colombia”.
Era el año de 1955, tiempo de la dictadura del general Franco y época de oro de Luis Miguel Dominguín; Gabo tenía entonces 28 años de edad. El reportaje se titula “Joselito revela los secretos de su triunfo”, y no sería por casualidad que las primeras aventuras que bien narra el joven periodista Gabo son verdaderos periplos del inquieto Joselito, quien siendo un chaval se fuga de casa para iniciar una gira de cuatro meses de maletilla por Bogotá y Medellín llegando de regreso a su natal Cali, con el cuento chino de que ya era torero diplomado, y donde su madre, doña Jesusita, con harto ingenio e inquietud taurina le convierte su traje de primera comunión en su primer traje de luces: cociendo laberintos de lentejuelas. Relata Gabito que el impulso que llevó a Joselito a querer ser torero surgió después de una función de cine viendo la película mexicana: Toros, amor y gloria, con Cagancho.
Con su dominio natural de la narrativa, cuenta que Joselito toreo un Viernes Santo en Cerete, departamento de Córdoba, recibiendo una cornada en el rostro que le deja marca perpetua con una gran cicatriz que le atraviesa el pómulo. Y nos cuenta también que: “afirma (Joselito) no tener ninguna superstición, y se alegra de no tenerla, pero es un católico convencido y atribuye la marca en el rostro al disparate de torear en Viernes Santo”.
Como testimonio de su taurinidad queda la sentencia periodística: “Cien años… la soledad nos concede ese pudor de la primera vez para escribir, para pintar. Para torear. Para amar. La primera vez nunca muere. Periodismo y toreo son siempre hechos con la pureza de la primera vez”.
Gabriel García Márquez dando la vuelta al ruedo, “oreja en mano”, en la capital taurina del mundo: Las Ventas de Madrid.
En el callejón de Las Ventas. El día que recibió el brindis de parte de José Miguel Arroyo “Joselito”.
¡El Gabo envía un cordial saludo a los anti-taurinos!