Se consumó la privatización del SOAPAP, tal como el Congreso del estado lo aprobó. Y ahora se mantiene latente el peligro por la potestad que se le otorga a la empresa en el manejo, la distribución y el cobro del agua potable.
Sobre todo porque existen malas experiencias en otras ciudades de nuestro país y del extranjero, que han demostrado la ineficiencia de estas concesiones y los abusos que las empresas cometen en contra de los ciudadanos.
Un estudio muy serio firmado por Fernando Saavedra, de la Facultad de Latinoamérica de Ciencias Sociales, y publicado en La Jornada, reveló el fracaso de las concesiones de la red de agua potable en los municipios de Aguascalientes, Saltillo, Guadalajara y el Distrito Federal.
En Aguascalientes el municipio concesionó por 30 años —vence en 2023— a una empresa subsidiaria de Vivendi la cobranza, administración, trabajos de rehabilitación y operación de las tuberías de agua potable. Ésta fue la primera experiencia a escala nacional de privatización integral del servicio de agua potable.
Con el paso de los años quedó demostrado el fracaso de este esquema, toda vez que no sólo siguen existiendo problemas de suministro, sino que también se generaron aumentos excesivos en las tarifas desde el primer año de operación, además de que el tratamiento de aguas residuales no cumple con las normas federales.
Por lo que toca a Saltillo, el manejo del servicio de agua potable lo hace una empresa mixta, en la que actualmente el municipio tiene 54 por ciento de las acciones y el resto es de Aguas de Barcelona, filial del consorcio de la francesa Suez. Aquí se aprobaron incrementos a las tarifas de acuerdo con la inflación. “Pero esto no se respeta y se han hecho cobros indebidos; a la población se le corta el servicio con frecuencia y deben pagar una cuota por reconexión que resulta costosa”, indicó Cindi McCulligh, del Instituto Mexicano para el Desarrollo Comunitario.
Y ahora va Puebla.
Veremos con quién nos toca bailar.
 
Joselito y sus dos hambres
Una verdadera historia de éxito es la de Joselito Adame. Él, como los viejos toreros —de esos que ya no hay—, todavía siendo un niño abandonó la humilde casa de su natal Aguascalientes para iniciar una travesía por tierras ibéricas, plagada de hambre, desprecios y puertas cerradas.
A sus 14 años, el joven becerrista vio cómo los pocos euros que llevó se esfumaron, teniendo que ingeniárselas como aquél maletilla que nos describiera con su prosa el maestro Luis Pasos en la segunda mitad del siglo pasado.
Así se forjó el carácter de Joselito. No es casualidad que hoy sea el matador mexicano con más proyección en el durísimo ambiente taurino europeo.
Su casta de guerrero azteca le dio la fuerza para colocarse y hoy es común que los ganaderos y empresarios le llamen maestro.
A diferencia de los herederos de estirpes taurinas o de los juniors convertidos en toreros, Adame sabe lo que es tener hambre de triunfo, y no volver a sentir la otra hambre: la de la miseria y el estómago pegado.
La tarde de ayer, en el campo bravo del sur de España, en la ganadería de Valdefresno vi al Joselito cuajado, maduro y convencido de cargar con el peso de ser la primera figura de México.
Mató tres toros a puerta cerrada y los lidió como si no estuviera anunciado este viernes en Las Ventas.
Exigió que desenfundaran las astas de los tres cuatreños, para pasárselos por la faja como si vistiera de luces.
Más allá de quienes gustan o no de la fiesta brava, la de Joselito es una historia de éxito, de las que como mexicanos debemos sentirnos más que orgullosos.