1. El general Antonio Nava Castillo, militar pundonoroso, no escribí ciudadano ilustrado ni comprometido social.
Fue en Puebla un militar de su tiempo; era uno de los educados y criados en ambientes castrenses semi espartanos de un país atrasado, en un subcontinente atrasado, como lo era México, cuando había poca sociedad, escaso Estado, mucho gobierno (no gobernabilidad, no gobernación ni menos Gobernanza).
Diseñados para servir al apparat primitivo de gobiernos civiles cuasi incompetentes, los jóvenes militares eran incapaces de discutir nada con los eslabones superiores, ni mucho menos admitirlo de los no castrenses, pues estaban alejados de la convivencia social normal, y mucho más del acatamiento de la parte orgánica de la Constitución General de la República Mexicana, la que consagra nuestros derechos humanos o ciudadanos.
2. Los del México contemporáneo son viajados por el mundo entero, hablantes de tres o cuatro lenguas extranjeras, cultivados protocolariamente en sus centros de educación superior hasta para servirse en mesas de cinco tenedores, validados dentro de la civilidad como ejecutivos no como deliberativos, pueden (y no hace mucho se ganó este raund de la común sociedad), ser juzgados ante tribunales sin fuero alguno.
2.1. Precisando su evolución dentro de nuestra sociedad actual, obligó al lector para entender cómo don Antonio confundió a Puebla bajo su gobierno como cuartel, e intentó gracias a la obediencia ciega de sus colaboradores (casi todos extra fronteras poblanas, inferiores en jerarquía castrense), que los actos administrativos de su gobierno estuviesen atados a lo “milico” (Antonio Coria, exiliado argentino, ahora allá).
2.2. Al intentar que los lecheros libres acataran obligadamente la pasteurización en forma empresarial: con instalaciones fabriles, maquinaria ex profeso, obreros, administración centralizada en oficinas, envase apropiado, los vendedores de leche con bicicleta o en “trocas” desvencijadas, incluso a pie, se inconformaron lanzándose a la calle sin otro motivo que protestar su láctea oposición.
Las clases medias ilustradas capitalinas: universitarias, de propietarios, de colonos en precariedad inmobiliaria, las sacerdotales —asustadas ante la laicidad militar— mas la masa campesina del peri centro angelical, compactadas todas bajo diversas afrentas a sus particulares intereses de su estamento social, marcharon de común acuerdo como “compañeros de viaje, que no de camino” (Lenin), tomados de la mano de los lecheros. Algo así como “caminemos de la mano y despidámonos después sin ofensas” (dicho de las novias del lector y de las mías, aunque después sobrevengan los escándalos públicos incluso a bofetadas).
2.3. Y como es (“desgraciado aquel joven que no ha sido comunista antes de los 30, pero más, sí lo sigue siendo a los 31 años”, confundiendo dialécticamente lo profundo del pensamiento con lo festivo), todo estudiante hasta de primaria, dicen las fuentes, estuvo en las calles pidiendo hazañosamente que se fuera el gobernador con su cuerpo de extranjeros.
2.4. Alguien dice que la inconformidad social tiró al gobernador referido. Pero algunos de los viejos de la Tribu Romana, que no vivientes entre las Galias profundas de la poblanidad, contaban en el Cadillac, en el Sanborns bellísimo de los Condes de Calimaya, en el Prendes con sus camarones gigantes de Topolobampo, en Le Heritage de los frutos de todo la Patria Mexicana, o en El Veranda del pato asado con ensalada verde de menta, lo siguiente:
Peleaban como ahora ya lo están haciendo dos, tres, secretarios de Estado (cuando deberían estar en chinga cuarenta horas diarias de las 24 para salvar lo salvable), para destacar complaciendo al Señor Presidente de la República, Gran Elector.
Al mismo tiempo que validados por sus altos encargos, afianzaban las complicidades con los gobernadores jefes de senadores, diputados federales, locales y alcaldes. Cortejando a los entonces líderes obreros, campesinos y de las clases medias populares. Dejando al último a los capitanes de industria, ricos pequeños y a los “Ricardos en Serio” (Mariano Piña Olaya).
En esas eras, ahora aniquiladas históricamente, la política primaba sobre la economía.
Pues nada las consejas predicadas en esos centros culinarios donde mandaban sobre nuestras gulas “las Mayoras”, no los chefs, dicen que don Antonio la jugó por un lado, con el guerrerense Donato Miranda Fonseca, extraordinario orador, pero en serio, no vacío, que a la sazón era secretario de la Presidencia de la República. El elegido por “palabras mayores” (Luis Spota) fue el oriundo oaxaqueño pero de corazón poblano Gustavo Díaz Ordaz.
Conclusión: el pueblo organizado en marchas, plantones, dueño de plazas y caminos fue el material explosivo, la voluntad en nombre de una existente pero muy enérgica Gobernación Federalizada-Centralizada hizo el resto.
Nuestra casa
¿Qué andarán haciendo en estos días los estudiantes de historia, con tanto suceso diario? Una suma de bitácoras puede darles una memoria.