Lo mejor es mantenerse al tanto, no hacer aspaviento y tratar de guardarse en casa a hora temprana, me dijo mi interlocutor la tarde lluviosa horas después de que el diputado federal del PRI Enrique Doger Guerrero acusara ser víctima de espionaje y amenazas de parte del gobierno del estado. 
Aún estaba fresco el atraco a las oficinas de gestión ubicadas en la colonia Chula Vista, unas horas después de que había sostenido reuniones con diversos sectores para trabar acuerdos en la búsqueda de una posición política futura como la candidatura al gobierno estatal.  
Es el miedo que se inscribe en un contexto de intolerancia política alentada desde un sector duro del gabinete estatal, comandado por el personaje favorito de la leyenda negra de este gobierno, hoy convertido en legislador del Partido Acción Nacional, Eukid Castañón. 
Semanas antes confió a este reportero un líder empresarial a quien se le ve como un enemigo del régimen por el hecho de señalar errores en materia de política pública, padecer la presencia sistemática de auditores de diversas dependencias en lo que considera una abierta campaña de acoso, producto de sus posturas públicas.
Desde luego los personajes consultados son de carne y hueso; poseen nombre y apellido. Pidieron mantener en reserva su identidad para evitar correr mayores riesgos de los que supone de hecho, hablar con la prensa. Y todos tienen miedo, mucho miedo.      
No es gratuito. Un exmando de la Policía Judicial mostró a este reportero el rudimentario arte del espionaje telefónico sin mayores desplantes tecnológicos que dos caimanes, una grabadora de bolsillo y un audífono de los que obsequian en autobuses de pasajeros foráneos.
La práctica de escuchar conversaciones ajenas, comunicaciones telefónicas, revisiones de correspondencia digital es más frecuente de lo que parece. No es necesario ser jefe de Estado, líder opositor con dimensiones de desestabilizador de regímenes en turno  para ser objeto de escrutinio ilegal.
La intervención de comunicaciones es bastante doméstica, no obstante estar sancionada por las leyes en nuestro país. Ejercicio recurrente al margen de ley, es al mismo tiempo herramienta útil para la toma de decisiones de sistemas políticos que regatean virtudes democráticas.
La escucha de líderes opositores, periodistas incómodos y hasta subalternos en nuestro territorio se da todos los días y a todas horas. Ya casi nadie se escandalizaba de ello, salvo por las acusaciones formuladas por Doger Guerrero.
Un funcionario de primer nivel compartió un dato inequívoco hace unas semanas a una fuente autorizada: los pájaros en el alambre colocados por los operadores del sótano del sistema habían intensificado hasta niveles de escándalo. Y esa versión ha sido confirmada por diversos testimonios.
No es necesario teorizar sobre las personalidades, perfiles o funciones de personajes de la vida pública objeto de espías. Basta revisar posturas públicas sobre asuntos de interés: un texto periodístico, un pronunciamiento público o círculos sociales frecuentados para advertir una víctima del espionaje tan nuestro.
Información privada como moneda de cambio para la construcción de virtudes públicas en un régimen con gesto adusto es la consigna. Solo un pequeño grupo de  plomeros de las cañerías de ese sistema putrefacto conoce la bitácora en la que están escritos con todas sus letras "los objetivos" del espionaje.
La decisión final sobre el uso de la información obtenida está a la vista, como igualmente lo es la desconfianza entre nosotros.