Los fatídicos incidentes del 2 de octubre de 1968 dejaron manchado con sangre indeleble el nombre de el principal responsable de la matanza de estudiantes en Tlatelolco.
Y efectivamente, es una fecha que no se olvida y que cada vez que llega el aniversario los nombres de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría remueven la memoria de todo un país.
Entre las muchas versiones que corren sobre la matanza, hay quienes aseguran que fue un disparo involuntario el que inició la masacre. Otros aseguran que Echeverría dio la orden, misma que no pudo ser avalada por el presidente, porque éste retozaba placidamente con doña Irma Serrano. Y por supuesto, también hay quienes juran que se trató de una emboscada planeada por estos dos personajes, para controlar y poner fin a los crecientes disturbios estudiantiles, que además eran movimientos inerciales de otros de mayor envergadura en diversas partes del mundo, como los de Rusia, Checolsovaquia y Francia.
Mucho se escribió y se seguirá escribiendo sobre la responsabilidad de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría por las muertes de cientos de estudiantes en la Plaza de las Tres Cultura, pero algo que ya no está en discusión es la sentencia social, que los acusa a ambos de ser los autores intelectuales de esa barbarie.
Desde hace 46 años estos dos negros personajes cargaron una loza con la leyenda “ASESINOS”, misma que se recordará por los siglos de los siglos.
Estamos hablando de una sentencia social con carácter de cosa juzgada.
En mi caso particular, habiendo nacido justo en el llamado año olímpico, conocí de la indignante matanza por las versiones familiares; unas más informadas que otras, pero todos coincidían en algo: Díaz Ordaz, asesino.
Pasaron los años y la lectura sobre lo sucedido era obligada. Salvo algunos textos oficiales de la época, toda la bibliografía concluía exactamente en lo mismo: Díaz Ordaz, asesino.
¿Pero por qué Díaz Ordaz y no los efectivos del Ejército o los miembros del Batallón Olimpia?
Por una simple y sencilla razón, que el jefe máximo del Ejército y de la fuerza pública era el presidente.
Ni más ni menos.
En esa misma lógica, en cualquier acción de gobierno en donde se utilice la fuerza pública la responsabilidad recae de manera directa en el jefe del Poder Ejecutivo; y tratándose de cuerpos policiacos estatales, el responsable directo es el gobernador.
Sin embargo, en el caso del violento desalojo de Chalchihuapan, que cobró la vida de un niño y que provocó graves lesiones a una docena de pobladores, el verdadero responsable de los hechos busca culpar a los policías que obedecieron sus órdenes.
Por absurdo que parezca, el Díaz Ordaz de Chalchihuapan le ha dado la orden a su Luis Echeverría (léase Facundo Rosas) de despedir a los policías que participaron en el desalojo que ambos avalaron.
Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Y lo que su ambición política le impide ver a Moreno Valle es que desde el 9 de julio de este año dejó de ser el poderoso gobernador para convertirse en el impresentable Señor de las Balas.
Alguien de su equipo cercano deberá armarse de valor para informarle que la misma sentencia social que dictó el pueblo mexicano sobre Gustavo Díaz Ordaz hoy recae también en su espalda.
Con la caída de la mentira oficial del cohetón y el señalamiento directo de la CNDH sobre la responsabilidad del gobierno, los poblanos determinaron de manera inapelable la culpabilidad de quien ordenó el desalojo.
A 46 años de distancia, en Puebla el 2 de octubre no se olvida; lamentablemente el karma persigue a los poblanos y pareciera que Díaz Ordaz no ha muerto.