Para nadie es un secreto que, desde su arribo al poder, el Señor de los Cerros se dedicó a generar un miedo entre los poblanos, particularmente en quienes han disentido con su autoritaria forma de gobernar.
Ese miedo puso a correr a miles de priistas y panistas, quienes tiemblan cada vez que escuchan el nombre de Rafael Moreno Valle.
En descarga de todos aquellos que corrieron, hay que decir que ese miedo no era del todo infundado.
Puedo contar con los dedos de las manos a los pocos valientes que han enfrentado al poder estatal, en el entendido de que algunos de ellos hoy se encuentran tras las rejas.
Sin embargo, esa mano dura, esa prepotencia y ese autoritarismo no le merecen por ningún motivo el adjetivo de valiente; por el contrario, todo aquel acto desleal que se realiza bajo el cobijo del poder, terminan calificándolo como un tirano.
Ni más ni menos.
A diferencia del temido Señor de las Balas, la valentía sí encuadra perfectamente en la persona de doña Elia Tamayo.
No cabe duda de que esos desgastados y descoloridos pantalones de mezclilla, roídos en sus valencianas por el pisar de sus zapatos, son los que le hacen sentido a la frase "esa señora lleva muy bien puestos los pantalones".
Y más valor si consideramos que doña Elia era una más de las miles de mujeres campesinas que habitan en el estado.
En una casa humilde, seguramente fastidiada por las carencias y movida por la necesidad de educar a sus hijos, doña Elia salió de su casa para manifestarse en contra del gobierno, sin saber que ese día perdería a uno de sus únicos tesoros: a Pepe, su hijo.
A partir de ese día, su vida cambió en su interior, pero no en su exterior.
Con el dolor a cuestas, esta mujer rechazó las ofertas morenovallistas para ceder en su exigencia de justicia.
Se sabe que le ofrecieron una casa y 2 millones de pesos, mismos que no pudieron comprar el orgullo y el dolor de la señora Tamayo.
Hoy se mueve igual que como lo hacía antes de su tragedia. Viaja desde Chalchihuapan en el autobús de siempre y se prepara un modesto itacate para aguantar el día junto con su hija.
Por supuesto, muchos oportunistas se le han acercado para intentar sacar raja política, pero su sentido común le ha aguzado sus sentidos para descubrir a estos mercenarios y alejarse pronto de ellos.
Está claro que, sin proponérselo, hoy doña Elia es ya una enemiga del gobernador.
Sin embargo, a diferencia de la gran mayoría de los actores políticos de Puebla, doña Elia no tiene nada que perder y tampoco cola que le pisen.
Esta mujer de 1.50 de estatura es inmune a los poderes del Señor de las Balas.
La única bala morenovallista que le podía hacer daño ya lo hizo, y contra lo que más quería.
Elia Tamayo no tiene propiedades que quitarle, ni trabajo que rescindirle, ni intereses políticos que la hagan perder el hambre de justicia.
Y más aún cuando la cerrazón y la falta de sensibilidad política de la primera dama reforzó la imagen de mártir de esta mujer, cuando ordenó echarla del VI Congreso Mundial para los Derechos de la Niñez y la Adolescencia, donde no buscaba otra cosa que ser escuchada.
No me quiero imaginar la impotencia que debe sentir el "poderoso" gobernador, cuando se da cuenta de que ni su prepotente policía, comandada por Facundo Rosas, ni la fábrica de delitos al mando del procurador Víctor Carrancá, ni todo el equipo de espionaje operado en la SGG le sirven de nada para detener a la mamá del niño que su gobierno asesinó.
Sin temor a equivocarme, con un centenar de poblanos, con los pantalones de Elia Tamayo, la historia del Señor de las Balas sería muy distinta.
No es casual que escriba esto un 18 de noviembre.
Ya es tiempo, poblanos.