No creo en las definiciones absolutas. Menos aun cuando se trata de esos intentos por despojar al ser humano de su misterio y englobar, en un vocablo, toda la gama de realidades que rebasan su clasificación.
Milenials: uno de esos términos económicos que han cobrado auge en los modernos medios de comunicación; que se inserta en el vocabulario de la cotidianidad y es muy conveniente para dar conclusión a cualquier disertación que busque comprender el comportamiento de los jóvenes: “Así son los Milenials”. Esto lo he escuchado muchas veces y en un tono que por docto suena ridículo.
He dicho “término económico”, no porque pertenezca al campo de la Economía, sino porque pertenece a aquellos que buscan economizar y disminuir el esfuerzo por interpretar fenómenos tan complejos como es el de las relaciones que con el mundo y consigo mismos establecen hombres y mujeres que han nacido en un entorno en el que los avances de la tecnología van de la mano con el declive de ciertos paradigmas de convivencia, trabajo, estudio.
Esto de economizar términos, tiene un gran mérito para quien lo acuña, no para quien lo usa. Es algo así como los algoritmos que construyen los genios de la informática y nos permiten acceder con facilidad a entornos que de otra manera serían muy complejos y, poco comprensibles. Tal es el caso de quienes empleamos procesadores de texto como “Word”; o procesadores de imágenes como “Instagram”. Su accesibilidad no se debe a nuestro ingenio, sino al de quienes los crearon. Y esos programas no nos hacen escritores ni fotógrafos. Así, llamar Milenials a cierta generación, no nos hace sociólogos, ni psicólogos sociales.
Volviendo a esto de los términos económicos, no me conformo con esa definición que pretende englobar, ya lo he dicho, fenómenos más complejos y de mayor profundidad. No sé si quienes han visto ese video tan popular, donde Simon Sinek define a los Milenials, han caído en la cuenta de que tiene una mirada eminentemente centrada en el individualismo y en éste como fundamento de las aspiraciones, incluso aventureras de los jóvenes a los que define.
No voy a reproducir el contenido. Quien pueda y quiera puede acceder a él en cualquier dispositivo. Mi intención es decir que no me quedo con esa cápsula. Me parece incompleta y me parece una gran disculpa inmerecida para quienes somos de otras generaciones, padres o profesores de esos Milenials.
El asunto, me parece, no es definir a los Milenials, a partir de quienes los han catalogado; sino revisar cómo es que hemos construido ese horizonte los que no somos Milenials. Cuántos de nosotros hemos dejado para el final de nuestras vidas lo verdaderamente importante y hemos cabalgado con rumbos a estereotipos que dejan un sabor de insatisfacción. Si prevalece la convicción de que es válido tener un ideal, pero dejarlo a un lado porque la urgencia nos reclama “madurez”, ¿con qué herramientas podemos reclamar el inmediatismo y la satisfacción a cortísimo plazo que muchos jóvenes buscan? Si prevalece la idea de “dar a nuestros hijos lo que nosotros no tuvimos”, ¿de dónde puede emerger la valoración del esfuerzo y la enseñanza del fracaso y la tristeza solidaria?
Veremos entonces que hemos abierto la puerta a un gran mercado que va de lo trivial a lo macabro. Lo trivial, en esa proliferación de autoayudas que te invitan a nunca estar triste; en la maravilla del no esfuerzo para localizar todo cuanto te sea útil en una duda de cualquier tipo.
Y lo macabro, está en esa promesa de la sensación inmediata que ofrecen los fundamentalismos y los criminales que conforman sus ejércitos de muerte ofreciendo la “plenitud” de la sensación, a cambio de la vida misma.
¿Por qué no morir mañana, si ha quedado claro que el futuro es una farsa; que nadie hará nada por mí si no lo hago yo? El hecho de que los jóvenes kamikases, los criminales a quemarropa, sean jóvenes, es que alguien se ha encargado de robarles la promesa. ¿Seremos nosotros, los no Milenials, los económicos que tantas veces hemos vendido un ideal por treinta monedas?
Hasta la próxima.