Nunca se ha podido obligar a los soberbios e ignorantes a alimentar la criticidad, a nutrir su espíritu con humildad, a través del conocimiento de la obra de los que verdaderamente han tomado por los cuernos la vida, para hacerla arte, ciencia, filosofía. Los que creen saberlo todo, mueren creyendo lo mismo y, con suerte, dejando memoria entre quienes les creyeron que mucho sabían.
Por otra parte, la historia universal tiene más de un ejemplo sobre gobernantes y dictadores legendarios que nutrieron su espíritu con lecturas de los grandes clásicos, de vidas de santos, incluso, y que fueron capaces de derramar la sangre de sus hermanos, someterlos a torturas indescriptibles enarbolando ideales que silenciaron la libertad de aquellos a quienes debían servir.
México tiene muchos ejemplos sobre personajes que han tomado las riendas del país. Si revisamos la historia, digamos contemporánea, nos encontramos con aquellos que poseían un gran bagaje cultural como José López Portillo; o con credenciales de alta formación académica como Carlos Salinas de Gortari, o Ernesto Zedillo. Aunque también hay a quien se acusa de haber plagiado una tesis, como Enrique Peña Nieto.
En puestos de gobierno de alta responsabilidad, hemos sido testigos de la administración de expertos como el jurista, historiador y académico Jesús Reyes Heroles, secretario de Educación y de Gobernación; o renombrados críticos y maestros del Derecho como Jorge Carpizo, escritor de una decena de obras académicas además de haber sido titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, rector de la UNAM, director de la Procuraduría General de la República y secretario de Gobernación.
Si nos vamos años atrás, hubo seres que, con escasa escolaridad, ascendieron al poder y ya en él rescataron la imagen y la confianza devastada de un México sangrado, como lo hizo Porfirio Díaz, cuyo gobierno incluyó en puestos clave, figuras de grandes académicos que, independientemente de sus ulteriores rencillas, fueron pilar de la educación universitaria en México. No, no era un dios, pero tampoco el demonio cuya figura de leviatán le fue muy útil al PRI durante 80 años. Caudillos revolucionarios que sumieron de nuevo al país en la sangre y la devastación originando una historia de traiciones y asesinatos, protagonizada por quienes decían al pueblo lo que quería escuchar en medio de algunas excepciones congruentes y valiosos como Zapata, al que la Reforma Agraria usó solamente para su slogan. También está otro hombre, Lázaro Cárdenas, quien, a pesar de su escasa formación, enriqueció la UNAM y otros campos de la cultura al abrir las puertas a pensadores, filósofos, actores, exiliados de la Guerra Civil Española y que no vinieron a conquistar sino a fortalecer los campos de la academia, la ciencia y el arte en nuestro país. Tampoco un dios y poco menos que un demonio para el ala ultraconservadora de la Iglesia.
Hacer este breve recorrido no tiene otra intención que colaborar a derrumbar un mito de dos cabezas: EL primero de ellos diría que la preparación académica necesariamente garantiza una buena administración política; el segundo, que es el opuesto, aseguraría que México necesita un gobernante emergido del pueblo, que responda a sus necesidades y del que nada importa su formación académica o su cultura. Al hacer este recorrido es difícil obtener una conclusión orientadora. Particularmente cuando se trata de elegir al futuro presidente de la República.
Mirabeau aseguraba que las virtudes de un buen ser humano, no son necesariamente las virtudes de un buen político. Maquiavelo fue el constructor de un estilo político en el que la estabilidad y la marcha del estado ordenado son independientes del bienestar personal de lo que forman el pueblo. Y estamos hablando de personajes que las ciencias humanas estudian.
A la fecha en la que esto se escribe, a unos meses de que se elija presidente de la República, lo que percibo es un gran hueco de proyecto sustentado: no me asusta la ignorancia académica de López Obrador; no me cautiva la formación en lenguas de Anaya, ni me dice nada la carrera política de Meade. Tampoco me es suficiente que Margarita sea una buena persona.
Lo verdaderamente serio es que faltan unos meses y aún no sé cuál es el proyecto de país que estos personajes tienen en mente, no como promesa, sino como una estrategia soportada en un proceso y en un método serio. Lo único que veo es una gran soberbia en cada uno de ellos, esperando que del puesto se derive su sabiduría.
Hasta la próxima.