Tengo un amigo Labobipolaris múltiplex que, traducido al castellano bulgaris quiere decir que es un cuate especie de mil usos que tiene la habilidad de hacer cosas, pero tiene que hacer otras para sobrevivir, aunque en realidad ama otra cosa que no tiene idea de cómo se hace.
En pocas palabras: tiene complejo de gladiador, pero tiene que convertirse en chacharero cuando en realidad quiere ser artista. Pienso que la vida de mi cuate hubiera sido más simple si no le hubiese picado el mosco del arte. Porque si hay una profesión celosa en la vida es el arte, en este caso, la pintura.
No creo que mi amigo sea el único Labobipolaris múltiplex en el mundo; es más, creo que la mayoría de nosotros, tenemos ese padecimiento en mayor o menor grado.
Según el doctor Gunherhoffer, de la Universidad Rolando Calles de Apulco, un promedio de tres de cada cuatro personas padecen el mal, pero no lo saben o viven en un estado perene de neurosis.
Según Guntherhofer, la neurosis producida por la Labobipolaris múltiplex se manifiesta, en su principio, como inconformismo con lo que uno hace normalmente; después, el enfermo siente una necesidad incontrolable por mandar todo “a la goma”, y en la etapa final, el paciente, el enfermito, se revuelve como tlaconete en sal porque lo que en realidad quería hacer era vivir como el niño que siempre había querido ser.