El secretario General de Gobierno, Diódoro Carrasco Altamirano parece ser prescindible, cuatro meses y medio después de iniciado el nuevo gobierno.
A las complejidades que supone la tarea de ser responsable de la gobernabilidad y la interlocución con diferentes grupos sociales y políticos habrá que añadir otras dificultades de las que no ha podido salir bien librado.
Y es que como dice el refrán: quien a dos amos obedece, a uno mal atiende. Su papel como funcionario de primer nivel de una administración a otra: de la era de Rafael Moreno Valle a la de Tony Gali Fayad, la tarea de tránsito ha sido dificultosa en extremo.
Cuentan, por ejemplo, que hace algunos días en una reunión con el círculo más cercano al exgobernador para tratar temas pendientes relacionados con candidatura presidencial panista, fue literalmente regañado por el diputado federal Eukid Castañón, operador de cabecera de Moreno Valle. De ese episodio hay por lo menos cinco testigos.
Sin embargo los problemas para este exfuncionario en la era de Ernesto Zedillo Ponce de León son todavía de más atrás, mucho tiempo antes, cuando comenzó a dar traspiés para alcanzar las metas trazadas luego de venderse como el gran concertador en el equipo de Gali Fayad.
La embestida que alentó desde la Secretaría General de Gobierno, incluso contra gente que venía con carta de recomendación de Casa Puebla y los descuidos notorios como lucirse en eventos públicos con excesiva confianza con subalternas en la dependencia, ha terminado por aislarlo y debilitarlo.
Periodistas como Enrique Núñez, director de Intolerancia Diario y Rodolfo Ruiz, del sitio e-consulta.com han dedicado a este personaje amplios espacios en sus respectivas columnas.
La más delicada de ellas porque implica un probable delito de encubrimiento, el del lunes publicado en Contracara, en la que Núñez documenta el caso de violación tumultuaria en contra de una mujer policía que hacía tarea de guardia en una instalación gubernamental de la que los atacantes se llevaron equipo de cómputo.
A la víctima le ordenaron guardar silencio y tragarse su dignidad con el frívolo propósito de no cargar con una imagen de debilidad institucional en la Secretaría General de Gobierno, dice el hilo de la trama del texto del periodista, que se cansó de esperar una respuesta puntual.
Diódoro Carrasco no es ya el operador con solvencia política y moral para mantener la gobernabilidad en Puebla, que tanto requiere el gobernador Antonio Gali para transitar su administración. Si llega a caer no será por su origen oaxaqueño y el desconocimiento que tiene de los grupos y rincones en Puebla, sino por un desatino pertinaz que terminó por dejarlo aislado, solo con su soledad.