No hay un solo día en que los noticiarios y los diarios mexicanos no incluyan muertes violentas. Incluso, en el formato de algunos, se hace un recorrido por cada estado de la República: desmembrados, atados de pies y manos, abandonados en terrenos baldíos.
Sin explicaciones, sin motivos, y con la reiterada promesa de que “se aplicará el peso de la ley”, “se están realizando las investigaciones pertinentes”, “se levantó el acta correspondiente”.
En una de las canciones de Serrat, de 1981, titulada “A quien corresponda”, el autor acuña una frase vigente: “Siempre llegamos tarde, donde nunca pasa nada”.
Y en un intento por protegernos, por convencernos de que nosotros no seremos protagonistas de estas escenas de terror, cuando las escuchamos, de inmediato buscamos la culpabilidad o la irresponsabilidad de las víctimas: “En qué andaría metido para que le pasara esto”; “seguramente es una venganza de algo que no debió hacer”.
El caso es que cada día que pasa, el círculo para acotar esas excusas es más cerrado y deja menos espacio a la culpabilidad; la muerte violenta acecha al vecino, al amigo, al hermano, a los que sabemos que “no andan metidos en nada”.
Por otra parte, vivimos un torbellino confuso en el que se mezcla la actitud farisaica de no tener la culpa de nada; y el culpar a los otros e indignarnos por el creciente, ya desmesurado e irracional, número de víctimas que ocupa las notas diarias de las noticias.
Sin embargo, hay una pregunta latente cuya respuesta se desvanece y se oculta para llevarnos, al final del día, con la decepción de no haberla encontrado: ¿Qué se puede hacer?
Furibundos, indignados, nos apresuramos al desahogo en las redes sociales; reproducimos las escenas capturadas por el sinnúmero de dispositivos móviles que denuncian hechos denigrantes. Así nos vamos a dormir para amanecer al otro día con la misma zozobra.
Mientras tanto, como si se tratara de creer en un conjuro fantástico, las autoridades son incapaces de ofrecer disculpas y, por el contrario, aseguran que se trabaja bien.
El punto es si efectivamente ya no hay nada qué hacer, si lo que nos resta es ir acotando poco a poco nuestra libertad, prepararnos, capacitarnos para evitar salir por la noche; no caminar en lugares desolados; no viajar en carreteras solitarias; ocultar en nuestras ropas el poco o mucho dinero que portamos, aprender a ocultarnos en una balacera inesperada.
Y mientras el número de víctimas va en ascenso, lo que disminuye es la edad de esas víctimas y de sus victimarios: ¿Quién ha creado esta generación?
En lugares donde la pobreza campea como un fantasma inmisericorde, el atraco, el robo encuentra justificación; pero es el caso que las muertes violentas se aplican con armas costosas.
Es el caso que no basta el atraco sino el regodearse en la humillación a las víctimas, su aniquilación, su tortura. Alguien ha abierto las puertas a los demonios, y, sin embargo, no hay quien diga que las ha abierto y sí, muchos que se lamentan de que estén abiertas.
Reitero en este y en otros espacios: no es casualidad que los protagonistas de los hechos violentos sean menores de edad: son seres cuya esperanza, cuya expectativa en un futuro es inexistente.
Seres que tienen puesto su objetivo en la destrucción, pues como bien dijo, hace varias décadas Erick Fromm en su libro El miedo a la libertad, inevitablemente, quien no es capaz de crear, buscará la forma de manifestar su ser y lejos de crear, buscará la destrucción.
La ceguera que padecemos impide ver esta verdad, y desde los estratos más altos de los gobiernos, hasta el reducido círculo de nuestros hogares, lo importante no es alentar la creatividad; lo importante no es promover la expresión liberadora que da el conocimiento; lo importante es consumir, adquirir, encumbrarnos en el monte de lo que podamos poseer. Mientas, por otro lado, se desprecia la mano campesina; se desprecia el arte, el desinterés.
Los grandes presupuestos se destinan a los centros comerciales, no a los centros de creación. Y los padres alientan a sus hijos a vivir bien; no a alcanzar una vida buena y solidaria.
En tanto esto no se integre a nuestra vida, continuaremos incubando políticos corruptos, asesinos que se regodean en la destrucción, mantendremos abiertas las puertas del infierno y siempre llegaremos tarde donde nunca pasa nada.
Hasta la próxima.