A las 13:14 de este martes 19 de septiembre la cotidianidad se hizo añicos junto a la tranquilidad de millones de habitantes en el país. La nuestra, la de aquellos y la de todos. Un sismo de 7.1 grados escala Richter cuyo epicentro se ubicó entre Chiautla de Tapia, en Puebla y Axochiapan, Morelos sorprendió porque apenas 11 días antes otro temblor de 8.2 había sorprendido por la intensidad y duración.
Entrados en eso de la numeralia y la coincidencia, como mala broma del calendario, ocurrió cuando los más viejos traían a la memoria el temblor de 1985, hace 32 años cuando se destruyeron amplias zonas de la capital de la República mexicana y que dejó un número aún incuantificable de muertos, duelo nacional y frustración.
Una generación completa de nuevos mexicanos carecían de datos precisos de ese sismo de finales del siglo pasado. La efeméride pues, llegó con la fuerza del temblor de las 13 horas con 14 segundos. No fue necesario ir a YouTube o Facebook para conocer los efectos de ese tipo de fenómenos de la tierra.
Cuando todos quienes vivieron la angustia de este nuevo y violento movimiento de tierra eran envueltos por el crujir de la oficina, la casa o la escuela acaso encontraron un nuevo sentido a los protocolos mínimos del caso: no gritar, no correr, no empujar.
Una eternidad en el fugaz momento de nuestras vidas y sin embargo bastó para echar por tierra el mito de la infalibilidad frente a la fuerza de la naturaleza. Hasta el momento de entregar este texto, un número preliminar de 32 personas sin vida y otra vez, la miserable numeralia: el mismo número de años desde que los mexicanos conocieron de la tragedia marcada con el 19 de septiembre de 1985.
Los mexicanos tenemos un sismógrafo en el alma, al menos los que sobrevivimos al terremoto de 1985 en el DF. Si una lámpara se mueve, nos refugiamos en el quicio de una puerta”, escribió Juan Villoro el 6 de marzo de 2016 cuando lo sorprendió un temblor de tierra en Santiago de Chile.
Ayer, cuando ya había pasado el temblor una sorpresa adicional nos había invadido: el miedo se había democratizado. En un país marcado por la desigualdad no hubo un solo rincón desde el centro y sureste del país en el que el sismo de las 13:14 no hubiera generado el mismo sentimiento entre ricos y pobres.
Cuatro señoras de la zona de Santa Fe y Lomas de Chapultepec, Corina Armela, Mariela Aragón, Carmen Salido y Gloria Simón intentaban comunicarse con sus familias desde un restaurante de comida poblana en la zona de San Francisco, con un tequila en mano.
Habían viajado desde esa privilegiada zona de la Ciudad de México para conocer el Museo Barroco, una de las obras emblemáticas del más frívolo gobernador que ha tenido Puebla, Rafael Moreno Valle, artífice de la transformación de la zona de ricos... para los ricos.
Alrededor del restaurante especializado en chalupas y Chiles en Nogada, el caos: autos y camiones varados en el bulevar 5 de Mayo, niños y personas adultas eran atendidos por socorristas de Cruz Roja en el atrio de San Sebastián de Aparicio. Todos eran abrazados por la misma tragedia. El miedo, la desesperación y la incertidumbre se habían instalado en todas las capas sociales. La democracia anhelada.