La candidatura de Ricardo Anaya es de papel, frágil y disociada de la realidad; sin el timming necesario en un hombre que busca condición de estadista.
Debió recurrir al recurso fácil: escenarios controlados, llenos de acarreados e inmerso en una burbuja que controla casi todo en el interior de Acción Nacional, el PRD y otras franquicias electorales. La del ex gobernador Rafael Moreno Valle.
Fustigó a los fantasmas del pasado, como Mario Marín, pero no advirtió que también el cuerpo nauseabundo de la corrupción y la impunidad del morenovallismo hieden más allá del templete desde donde lanzó la arenga, en Puebla y sobre todo Amozoc.
Sin información puntual, ni conocimiento del microcosmos en el que se encontraba, en un municipio marcado por las masacres por las rivalidades de grupos de huachicoleros, cuestionó la ausencia de una política que frene el delito de robo de combustible.
Ignoraba el candidato presidencial que fue Rafael Moreno Valle quien recibió apoyo de grupos empresariales notoriamente vinculados con huachicoleros. Que los combustibles que usaron los vehículos durante sus traslados como candidato en 2010, cobijado por el Partido Acción Nacional, provenía de la delincuencia.
Nada pudo decir Ricardo Anaya, el abanderado de Por México al Frente, por el acuerdo cupular con un impresentable aliado, repudiado como pocos ex gobernadores en Puebla. Tal vez debió haberse mordido la lengua cuando ofreció combatir el robo de hidrocarburo. Sin rubor, candidatos como éste suelen prometer, sin revisar el pasado reciente.
Alguien de su equipo debió deslizar una tarjeta con los datos del pasado ominoso que dibujan un futuro de sospecha y de impunidad, que Anaya Cortés ofrece, combatirá si llega a Los Pinos.
Y es que si la historia de los apoyos en especie que como abanderado recibió Moreno Valle están lejos del alcance, o el escrutinio, no debió ser difícil traer el episodio de oprobio del 2015, cuando la policía de la que fue jefe directo el candidato a senador por la vía plurinominal protegía a los ladrones de combustibles en el llamado “triángulo rojo”.
¿Nadie fue capaz de llevar ante sus ojos las notas periodísticas de ese trance en el que se daba cuenta de la actuación de las fuerzas federales para detenerlos, y la posterior renuncia de Facundo Rosas, el ex titular de Seguridad Pública tras el escándalo, del que nadie ofreció una explicación convincente?
Ricardo Anaya debe creer que los aplausos fáciles de una concurrencia amorfa y sin capacidad para cuestionar es sinónimo de aprobación ante la retórica que apuesta por el olvido, como si muertos y masacres en la región fueran caldo de cultivo, tributo a la omisión criminal de su aliado político, convenientemente ausente.
Poco honra Anaya su palabra con tan deficiente discurso, alejado de una realidad que desconoce, tan audaz como ignorante. Con las obsolescencias discursivas ofrecidas en el primero de los tres días de gira por Puebla, se advierte con claridad la razón por la que no ha sido capaz de librar las acusaciones de lavado de dinero y los recursos millonarios que aún posee.
Hay tantas explicaciones en sus silencios que no es preciso ya, esperar nada de un candidato de papel.