La agenda pública pasa por la discusión abierta, siempre. No se construye democracia sin escuchar a la mayoría de las voces en una sociedad, heterogénea, desigual. La edificación del consenso en nuestros procesos democráticos ha sido larga, penosa y hasta con cierta parsimonia que alienta desencanto, o impaciencia en sectores claramente identificados.
La idea de debatir para encontrar la mejor propuesta es aún utópica, pero permite ver a quienes buscan el poder, en otra dimensión. La tarea de contrastar y revirar ofrece un asomo mucho más cualitativo de mujeres y hombres que disputan un cargo vía el voto. Sin embargo, hasta el último debate organizado por el Instituto Federal Electoral —así se llamaba hasta antes del proceso de 2012—, estos encuentros han sido aburridos, acartonados y somníferos.
Innovador por haber sido el primer ejercicio de esta naturaleza el de 1994, con Ernesto Zedillo Ponce de León, del PRI; Diego Fernández de Ceballos, por el PAN; y, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, por el PRD.
Luego vino el de 2000 con Francisco Labastida Ochoa, del PRI; Vicente Fox Quezada, del PAN; y de nueva cuenta el líder moral de la izquierda mexicana.
El tercer encuentro entre candidatos ocurrió en 2006 con Felipe Calderón Hinojosa, del PAN; Roberto Madrazo Pintado, del PRI; y Patricia Mercado y la ausencia marcada de quien ahora está en la boleta por tercera ocasión, Andrés Manuel López Obrador, que competía por el PRD. El más reciente ejercicio sucedió con Enrique Peña Nieto, del PRI; Josefina Vázquez Mota, del PAN; un pintoresco Gabriel Quadri; y López Obrador.
Algunos de estos pasajes de nuestra incipiente democracia están en el imaginario colectivo más por las ocurrencias que por las propuestas.
El anecdotario de nuestro sistema de partidos se nutre de ello para dar pie a la picaresca política. La sospechosa ausencia de Cevallos después de haber ganado el debate, el chiste homofóbico de Fox hacia Labastida; la ausencia de López Obrador; o el escote de la edecán que consiguió distraer a los panelistas.
Ocurrencias todas que han conseguido opacar medianamente una discusión estéril, monocorde y sin el timming de las audiencias que han seguido a través de la radio o la televisión estos eventos, a los que apenas hemos asistido en cuatro procesos de competencia política democrática en México.
Por eso llama la atención el nuevo formato diseñado por el Instituto Nacional Electoral, que por primera vez tendrá tres moderadores que harán las veces de entrevistadores. Denise Maerker de Televisa, Azucena Uresti de Milenio y Sergio Sarmiento de ADN 40.
Y no está mal, salvo por una obviedad poco observada: la ausencia de la discusión de las redes sociales. Cuando la agenda mediática y política han estado obligadas a voltear a la intensa discusión en estos mecanismos de intercambio público digital, fueron desatendidas y olvidadas.
El formato del debate al que asistiremos el domingo 22 entre los cinco aspirantes adolece de una estrategia de interlocución con un espacio que cambió el rumbo de hacer política electoral, partidista y activismo.
Y es una pena porque sobre el escritorio del consejero Marco Baños, a quien no pocos atribuyen un poder e influencia notable en el seno del Consejo General del INE, descansa un proyecto de formato de debate que contemplaba un ejercicio mucho más flexible y abierto que le envió Juan Pablo Mirón Tomé, consejero del Organismo Público Local Electoral en Puebla. Lástima, será para la próxima.