El recuerdo de la edad de oro del toreo y de la rivalidad entre Joselito “el Gallo” y Juan Belmonte sigue despertando pasión entre los taurinos. Después de publicada la nota anterior sobre Gallito recibí dos mensajes de mujeres aficionadas a los toros –Paloma, mi esposa, entre ellas– que me decían algo así como “dirás lo que quieras, pero yo sigo prefiriendo a Belmonte”. ¿Qué tuvo Juan Belmonte que sigue provocando delirio? La respuesta, me parece, está en la personalidad del trianero, en su valor, temple, colocación, estética, pero, sobre todo, en la Literatura.

Juan Belmonte en un oleo de Ruano Llopis

Tanto Alameda (1989) como Aguado (1999) demostraron la importancia capital de Gallito y que el toreo moderno se forjó en el continuo de Guerrita-Joselito-Chicuelo-Manolete. Además, fue Gallito quien murió por asta de toro lo que debió haber supuesto el engrandecimiento de su mito, pero el que se convirtió en leyenda fue Belmonte y su concepto de toreo, en un canon. En una búsqueda simple en Google, Juan Belmonte aparece 8,600,000 veces por sólo 328,000 de su rival Joselito “el Gallo”.

Sin restar mérito alguno a la tauromaquia de Juan Belmonte, su leyenda se explica en gran parte por la obra de Manuel Chaves Nogales: Juan Belmonte, matador de toros. En las jornadas Letras en Sevilla II “Chaves Nogales, una tragedia española”, realizadas los días 30 y 31 de octubre del 2017, se lanzó la pregunta: “¿Estaríamos hablando hoy de Juan Belmonte si el periodista Chaves Nogales no hubiera escrito su biografía?”. La respuesta de los participantes –incluidos los escritores Pérez-Reverte o Juan Eslava Galán, el cineasta Agustín Díaz Yanes, el editor Marco Cicala y el matador de toros Morante de la Puebla– fue unánime: “No” (Lorca, 2017).  En las jornadas literarias se escucharon comentarios como: “Belmonte debe su trascendencia a Chaves”; “Al torero le tocó la lotería”; “El libro es maravilloso y está por encima de los cánones de la literatura taurina tradicional”.

Antonio Lorca (2017) recordó que ya en 1992 José Ortega Spottorno escribía que “Chaves Nogales descubrió en Juan Belmonte que la inteligencia no se refugia sólo ni siempre en los intelectuales”. Lorca (2017) hizo un recuento de los comentarios vertidos en dichas jornadas literarias:  “La mejor biografía que se haya escrito nunca en España (…) Está a la altura de las mejores que se hayan editado en cualquier idioma, y solo por ella habría que calificar a su autor como un escritor fantástico” (Juan Eslava Galán); “Es uno de los mejores libros que he leído en mi vida” (Agustín Díaz Yanes); “Es una obra maestra, divertida y profunda; en ella todo es placer porque entremezcla registros diferentes con gran sabiduría” (Marco Cicala); “Yo creo que a Chaves le sedujo la modernidad de Belmonte (…) Los dos eran vanguardistas y el periodista se vio fascinado por el héroe del pueblo” (Arturo Pérez-Reverte).

Portada de Juan Belmonte, matadores de toros de Manuel Chaves Nogales  (Asteroide, Sexta edición 2012)

Juan Belmonte, matador de toros de Chaves Nogales es una obra maestra, una lectura obligatoria para todo aspirante a torero, para todo aficionado, pero también para quienes disfrutan de una narrativa excepcional. Intelectuales como Javier Marías, Pérez-Reverte o Díaz Yanes han dicho que es uno de los mejores libros del Siglo XX. La investigadora María Isabel Cintas (2007) afirma que se entendieron a la perfección, que hubo algo que hermanó a Chaves y a Belmonte desde el primer momento.

El caso es que Belmonte contó a Chaves su vida, los avatares de su existencia, y le descubrió los entresijos de su corazón. Y Chaves relató por escrito lo contado, con tal perfección, que no se sabe dónde empieza a hablar uno y acaba el otro (Cintas, 2007).

Es cierto que la obra alcanza esa dimensión porque Belmonte era un personaje real, de carne y hueso. Chaves Nogales lo introduce desde la tercera persona y acaba dejando que sea el propio Belmonte el que cuente toda su vida. “Juan Belmonte –afirma Paco Aguado–tiene un aurea mítica. Eso es gracias a Chaves Nogales, que cuenta sus inicios, esa vida romántica y novelera” (citado en Madueño, 2017).

Juan Belmonte (1892-1962) fue un vanguardista (nótese que fue contemporáneo de figuras como Picasso, Stravinsky, Luigi Russolo y James Joyce) y por supuesto que hay un valor taurino y no sólo literario en su legado. Belmonte renovó el toreo desde un punto de vista técnico y estético: redujo las distancias y ciñó el toreo. Se colocó más cerca y toreó más templado que sus predecesores (Alameda, 1961). El paradigma anterior –atribuible a Lagartijo– era “o te quitas tú, o te quita el toro”. Belmonte no se quitó, ni lo quitó el toro. Como lo narra el propio Chaves Nogales: “Te pones aquí, y no te quitas tú ni te quita el toro si sabes torear” (Chaves Nogales, 2012, p.157).

Juan basó su toreo en una técnica intuitiva que aprendió en las capeas pueblerinas y toreando a la luz de la luna en la Tablada: “Ganar el pitón contrario” (Morente, 2011c). A partir de ese cite, a pitón contrario, desarrolló la famosa trilogía de parar, templar y mandar. Como lo explica Francisco de Cossío: “Hizo posible que se impusiera una nueva concepción del toreo, que hoy nos parece la única forma de conjugar el dominio con el arte frente a un toro de lidia” (de Cossio, 1967, p.844). Críticos como Gregorio Corrochano y Joaquín Vidal convirtieron esta forma de entender el toreo como el único canon legítimo del toreo. Pepe Alameda (1989) llamaba a esta imposición dogmática algo contra natura, decía que la única verdad es que el torero representa la vertical y el toro la horizontal, y que todo lo que se haga razonablemente dentro de esa realidad es técnicamente válido. Y remataba contra los dogmas diciendo: “Meter al arte –y más a un arte vivo con el del toreo– en pequeños corsés ideológicos, es como querer meter a un águila en una jaula” (Alameda, 1989, p.130).

El valor, personalidad, temple y técnica de Juan Belmonte provocaba estupor, asombro y, posteriormente, una devoción casi religiosa. Como él mismo lo comentó después de su primera tarde en Sevilla: “El público viéndome torear trocó la burla, en asombro; después, en angustia y, por último, en delirio” (citado en Morente, 2011a).

Los elementos que caracterizaron el toreo de Belmonte fueron el valor, el temple, el toreo de brazos y una estética que emocionaba. Morente (2011b) explica que “temple en Belmonte es producto de un milagro taurino, ya que conseguiría reducir la velocidad del toro sin ardid técnico alguno, en virtud de un misterioso poder personal”. 

Ilustración de Roberto Domingo Fallola a un libro sobre Belmonete

Su faena más importante la realizó en Madrid al Barbero de Concha y Sierra en la corrida a beneficio del  Montepío de Toreros el 21 de junio de 1917. Gregorio Corrochano escribió:

Belmonte, transfigurándose, cambiando de estatura, de silueta, hasta de color, se borró a sí mismo. Nunca vi más arte puro, mas valentía natural, más dominio, mas estética. No hubo oropel. Relumbrón falso, comicidad. No toreaba para el público aficionado al efectismo, sino para el toro y para él. Ni siquiera creo que toreaba para nadie. Me pareció más bien que puso el punto final a la brillante historia de la tauromaquia. Después de esto, nada. No hay más allá (citado en Taurología.com, 2012).

En una ocasión el dramaturgo, poeta y novelista Ramón del Valle-Inclán le dijo a Belmonte: “¡Juanito! ¡Sólo te falta morir en la plaza!”. La respuesta, llena de genialidad e ironía, ilustra perfectamente la personalidad del trianero: “¡Se hará lo que se pueda, Don Ramón!” (Morillas, 2014).

Media verónica de Juan Belmonete

Para rematar, les dejo un video editado por la Dinastia Arruza donde se puede apreciar la personalidad de Belmonte que cautivó a Chaves Nogales para convertirlo en un personaje de leyenda: