Hablar de mi mente es difícil, pero hablar de mis emociones y sentimientos, lo es aún más. Es muy común pensar que las tres son más o menos la misma cosa o que todas provienen del mismo lugar, pero no es así. Mi mente, que proviene de quién sabe dónde, se manifiesta en mis neuronas y mis emociones que son el resultado de mis sentimientos, manifiestan su malestar por todo mi cuerpo (corazón, hígado, páncreas, tiroides, etcétera).
Luego todo está enchufado a mis neuronas que padecen heroicamente los resultados de lo que pienso, con mi pensamiento que proviene de quién sabe dónde.
Así que el secreto estriba en saber no sólo por qué pienso como pienso, sino por qué pienso, y eso, sí está canijo.
La sentencia de que “uno es lo que piensa” se pierde en el tiempo, sin embargo, parece que alguien se empeñara en que olvidemos esta viejísima sentencia con alguna intención perversa.
Los humanos, el cempasúchil, las coliflores, los chimpancés o tu perro, compartimos más del 90 por ciento de nuestro genial código genético. Lo que olvidamos con frecuencia es que el mentado código, está compuesto por secuencias de aminoácidos que, a su vez, están estructurados por átomos y, los átomos, por partículas de energía, luz.
Luego entonces, todo, todo, lo que consideramos vida es puramente energía que se manifiesta en estructuras diferentes. Quizá lo que nos hace verdaderamente distintos sea la capacidad de pensamiento, que va más allá del instinto que se manifiesta en todo lo que tiene vida… PIÉNSALO