Existe una triangulación criminal que comienza en una pequeña demarcación municipal, en Cardel, ubicada a unos 60 kilómetros de distancia de la capital veracruzana y a 240 de distancia de la zona metropolitana de Puebla.
La coincidencia parece ser la menor de las pesadillas posibles, pero dos hechos de sangre parecen dictar una consigna siniestra, en el peor de los mundos posibles.
La trama involucra a un joven estudiante de la carrera de Administración de Empresas en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey en la capital de Nuevo León, Arturo Castagné Thomas, originario de San Rafael y que vacacionaba en la capital de Puebla, ejecutado de un disparo en el rostro en la entrada del Hotel Camino Real, de San Andrés Cholula, la madrugada del domingo.
Castagné Thomas fue hijo de un ex funcionario veracruzano, pero también sobrino del comisario de la Policía Federal, Juan Camilo Castagné Velasco, ejecutado en un restaurante de la ciudad de Cardel el 24 de junio de 2017.
El mando federal murió cuando cuatro sicarios ingresaron al local La Bamba y accionaron sus armas, en donde otro elemento más perdió la vida y un tercero murió más tarde en un hospital.
El comisario de la Policía Federal había sido un funcionario clave en el trabajo de combate a la delincuencia organizada en aquel estado, lastimado sin piedad por Los Zetas, desde que Fidel Herrera Beltrán era el gobernador, lo que originó que el gobierno federal ofreciera un millón de pesos de recompensa a quien ofreciera datos ciertos que condujeran a la captura de los matones que ejecutaron a Castagné Velasco, un policía con 30 años de servicio.
Conviene recuperar esa parte de la historia, pues el muchacho que murió en una de las zonas de mayor plusvalía de la zona metropolitana en Puebla fue muerto en condiciones poco frecuentes cuando la principal línea de investigación es la de un vulgar robo.
El presunto asaltante actuó más como sicario que como ladrón: llegó a las puertas de un hotel de lujo, con servicio de seguridad privada y cámaras de videovigilancia, el local se encuentra en una avenida en donde la vigilancia policiaca abunda y en un periodo del año en el que el turismo, literalmente, toma por asalto los hoteles de la zona.
Inquieta aún más pues los matones que ejecutaron a los tres policías federales hace casi un año en La Bamba fueron encontrados en un pequeño departamento de un edificio marcado con el número 561 en la calle Hacienda de Corralejo, esquina con la calle Ignacio Aldama en los Ángeles Mayorazgo, en la capital de Puebla.
El operativo encabezado por la Policía Federal y la Secretaría de la Defensa Nacional para capturar a diez de los integrantes del grupo delictivo sucedió la madrugada del jueves 29, cinco días después de la ejecución de Castagné Velasco en La Bamba, en Cardel.
Los detenidos hace un año fueron José Corro Ochoa, El Cachetes; Jesús Manuel Marín, El Tomate; Pablo Hernández Cardeña, El Picachu; Miguel Ángel Hernández, El Frijol; Mauricio Alejandro Figueroa, El Mickey; Leonardo Javier López Flores, el Leo; Víctor Pérez Serena, La Flaca; Luis Alberto Romero Peredo, El Chicles; y Jairo Isaí Domínguez Acosta, el Niño Gerber.
Nadie puede hoy afirmar que el estigma de policía implacable y recto que costó la vida al comisario Juan Camilo Castagné Velasco no se convirtió en una suerte de maldición que alcanzó a un muchacho universitario, que si bien fue integrante de una familia acaudalada, también se le ha distinguido por en San Rafael por su sencillez.
Más fácil sería pensar que la trama criminal que comenzó el año pasado en La Bamba, en Veracruz con la ejecución del mando de la Policía Federal sea sólo producto de la especulación y que la muerte del joven Castagné Thomas haya sido un atraco vulgar.
Sin embargo, tampoco es consuelo pues nada podrá devolver a los deudos la vida del muchacho muerto ni la paz; y la resignación a estas alturas debe ser una utopía.