Uno de los rezagos en nuestro país que más estragos causa, que más lástimas otorga y que más deudas sociales generan en nuestros días es sin duda el rezago en la calidad educativa. Este penoso escenario, que se ha venido arrastrando ancestralmente y en donde la acumulación de factores que han incidido a la educación de forma negativa, corre el riesgo de agravarse cuando estamos por entrar a un auténtico campo de batalla.

Por una parte, combaten aquellos que buscan forjar un nuevo esquema corporativo alrededor del sindicalismo en la materia, aquellos que en la devolución de privilegios encuentran un vigoroso apoyo político, y por otra parte, están (o deberían estar) aquellos que les tendría que incumbir la defensa de los puntos y pormenores que componen la reforma educativa peñista.

Hago hincapié en el hecho que aquellos quienes con frontal discusión nos mostraron un México de profundos atrasos, donde entre 50 millones de compatriotas sumidos en miseria y desesperanza lo que campeaba es la falta de una base sólida de educación que forjara futuros con oportunidad.

Quienes nos convencieron, (porque así ocurre) que un porcentaje importante de la población juvenil e infantil no tenía acceso a educarse por ninguna vía y que son los mismos que nos argumentaron que México es un país de reprobados, donde la OCDE nos ubica en el último lugar de 36 países en índice de educación y competencias, son aquellos que parece han abandonado ya el barco.

Estos y muchos más argumentos a favor de un cambio, son aquellos que debiesen ser ondeados flamígeramente por los que clamaron la paternidad de la reforma.

Aquellos que hoy agachan la cabeza ante lo impagable que representa la deuda que hemos contraído como país con nuestra niñez, son quienes parecería que han rendido obedientemente la batalla por un mejor nivel educativo. Quienes ya no muestran interés por esgrimir los argumentos que llevaron al desmantelamiento de verdaderas estructuras de choque y culminaron en la reforma a la educación, hoy por igual renunciaron a dar argumentos a favor de algo que los ha rebasado.

En próximos meses veremos el arranque de las maquinarias que darán marcha en reversa a las acciones que venían a materializar la muy mencionada reforma. Y me gustaría dejar algo en relieve, no podemos prejuzgar del efecto positivo o no de hacerlo, sin embargo, como nación estamos obligados a cambiar un sistema educativo que nos sume en el atraso y nos coloca en el rezago respecto de estándares mundiales.

No podemos hablar de “cancelar” la reforma educativa a la ligera. En un primer término, porque no estamos ante una acción ejecutiva sino ante un conjunto de adecuaciones en el marco legal que no pasan por la “cancelación”. Más bien, habrá que conocer que se deroga, que se reforma y que se adiciona tanto a nivel constitucional como de legislación secundaria. Sin embargo, tenemos que ser claros al conocer que no basta con una adecuación que tenga que ver con el Sistema Profesional Docente.

En este último punto, gran parte de la discusión sobre el rumbo, está centrada en el papel del maestro en el contexto educativo. Si se pasa de un sistema evaluativo-punitivo (como miembros del entrante gobierno lo han calificado) hacia uno de carácter formativo-evaluativo. Pero esto en núcleo resulta insuficiente. ¿Qué pasará con la adecuación y modernidad deseable a los planes de estudio?; ¿optaremos por el incremento en infraestructura educativa sin reparar en capacidades formativas?; ¿tendremos ocasión como país de consolidar un bajo o inexistente nivel de deserción a nivel primaria y secundaria?; ¿atacaremos en consecuencia con decisión e imparcialidad las causas que motivan esa deserción?

Preguntas que para tener un mejor panorama de lo que se avecina ameritan respuestas de los actores políticos entrantes, pero también sería deseable que hubiese contra argumentación y defensa de “los padres” de la reforma a los cuales ahora los vemos sumidos en el silencio.

El problema educativo mexicano es mucho mayor que un solo personaje vinculado al sindicalismo. Es más profundo y lacerante que los argumentos de odio de quien se dice perseguida política. Es grandiosamente magno en contraste a revanchismos u acciones de la política que renten en votos. Estamos ante una auténtica ruleta rusa, en cuyo juego el cañón del revolver se posa sobre la cien de una niñez mexicana que aún busca la oportunidad de labrarse un futuro más generoso que las carencias que viven casi la mitad de los mexicanos. Tomemos las riendas México, ya basta de mediocridad.