Adrián Álvarez Juárez murió desangrado. La agonía se extendió por más de 40 minutos, ya mutilado. Sus verdugos le fueron administrando la ejecución hasta el delirio. Dice la fuente que un testigo narró sus últimos minutos: “lloraba bien feo, pedía perdón”.
Así murió El Charrascas, un sujeto que salió del anonimato para ocupar espacios notables en los medios locales sólo para contar su propia muerte, tras el hallazgo de sus restos, hace un mes, el 25 de julio cuando con otro sujeto fue arrojado envuelto en la zona de Bosques de Manzanilla, en el oriente de la ciudad de Puebla.
Tras la muerte de Adrián Álvarez, El Comandante 30 se llegó a ufanar de la crueldad con la que fue ejecutado por haber sido parte de las fuentes de información para accionar operativos contra la maña en la zona metropolitana.
El reportero Alfonso Ponce escribió en las páginas de Intolerancia Diario desde 2013 una biografía de El Charrascas, que otros medios locales han negado acreditar. Fue taxista, oreja y agente doble que lo mismo llevaba información a la delincuencia que a la Policía Ministerial o Estatal Preventiva.
Este fue tal vez el último personaje del submundo de la sociedad poblana víctima del auto nombrado Comandante 30, abatido en la madrugada del domingo por elementos de la Marina Armada de México en Santa María Xonacatepec, también en el oriente de la capital.
No eran muy distintos El Charrascas y El Comandante 30, ambos muertos en un periodo de un mes.
Según un estudio realizado por expertos de la Universidad Nacional Autónoma de México y de Salamanca, España, afirmó que el homicida destaca por ser impulsivo y violento, el secuestrador por su capacidad para manipular, el narcotraficante por su capacidad de manipulación y, el narcotraficante que no consume droga, un seductor.
Casi un mes fue suficiente para que ese taxista salido del anonimato para ser conocido como El Charrascas y su altere ego El comandante 30 fueran muertos.
El primero por haber sido soplón para diversas corporaciones. El segundo por haber encabezado la ejecución de los policías municipales en Amozoc, el pasado 16 de junio, hace dos meses.
Quien a hierro mata a hierro muere fue la máxima que decidieron olvidar y que los tiene, literal, dos metros bajo tierra.