Ulises es poblano y trabaja como velador en un fraccionamiento de la zona metropolitana de Puebla, pero no siempre desempeñó esa responsabilidad.
Hace diez años que se pensionó como maestro rural en el sistema de educación pública del Estado Mexicano, la asignatura que también fue sometida a una reforma profunda y de la que tanto se ufana Enrique Peña Nieto, el presidente que ya se va.
Este velador y conserje es uno de los incontables agraviados del presidente que ayer se despidió con la voz quebrantada por la nostalgia del poder absoluto que nuestro imperfecto sistema político ofrece aún al gran Tlatoani, en un discurso de 110 minutos ante un auditorio que aplaudió sin freno, el lunes 3.
Durante seis años Ulises buscó a todo tipo de personas con influencia para destrabar un obstáculo que la ha impedido acceder a un elemental gesto de justicia del sistema para el que entregó su vida: un cheque mensual a manera de pensión por el trabajo hecho en el estado de Guerrero cuando fue joven.
Animado por el regreso del PRI a la Presidencia asumió que la insensibilidad y ausencia de eficacia de las gestiones panistas llegarían a su fin. Inició entonces la búsqueda de la ventanilla correcta para tener un pago por el retiro hasta llegar a la oficina del ex gobernador Rafael Moreno Valle, en Casa Puebla.
La oportunidad se presentó cuando uno de sus dos hijos inscritos en educación básica fueron premiados por su alto promedio escolar, con una visita a quien ahora es senador plurinominal, en donde recibió paquete escolar y uniforme además de las palabras de rigor: seguir por el camino del esfuerzo para llegar a ser alguien en la vida. Uff.
Antes habló con los tres delegados que la Secretaría de Educación Pública Puebla tuvo en el mandato de Peña Nieto. Pidió audiencia y se colocó en salas de espera interminables con su desgastado expediente bajo el brazo, con la esperanza de solución a una petición justa que jamás fue atendida.
Peña Nieto registra uno de los más bajos niveles de aprobación en el último trimestre de gestión gubernamental. Dos mediciones como Consulta Mitofsky de Roy Campos, e Indicadores SC de Elías Aguilar muestran a un inquilino en Los Pinos con una opinión pública que raya en el desprecio, pero no el olvido.
Es el desgaste natural por el ejercicio del poder, según explican analistas que buscan un ángulo menos severo para evaluar el trabajo de una gestión gubernamental claramente plagada de excesos, frivolidades y corrupción.
Lejos de las necesidades apremiantes de Ulises, el velador en ese fraccionamiento poblano, están las obras de infraestructura en Puebla que fueron entregadas por la gestión panista de Moreno Valle a firmas claramente vinculadas al grupo del Presidente que este lunes 3 de septiembre cerró la cortina sexenal en Palacio Nacional.
En el círculo de constructores locales tuvieron claro desde el principio que las constructoras de Hidalgo y Estado de México, de donde surgieron los secretarios de Gobernación y de Hacienda, Miguel Ángel Osorio y Luis Videgaray serían las beneficiadas con los trabajos de mayor dimensión y más alto rendimiento.
La auto complacencia en el discurso del último capítulo sexenal de Peña Nieto deja en claro que la retórica oficialista que comenzó con el ¿mover a México? Fue discurso propagandístico que iluminó una parte del sexenio del presidente que ya se fue.
Muy lejos de los acuerdos entre las cúpulas dominantes, los negocios de priistas y panistas de alto rango, muchos de los cuales seguirán en el Legislativo u otra posición política, Ulises el humilde trabajador de la educación que empeñó su vida en el ámbito rural se quedó otra vez a la espera de una solución, como en el cuento de García Márquez y el terco coronel que no tiene quien le escriba.